Luego de conocer la Basílica San Sofía y el Palacio Topkapi fuimos hasta la Cisterna Basílica Yerebatan Sarnici. Ahí nos tragó la tierra (Previo pago de una entrada de 20 liras turcas) y quedé maravillado por la increíble escena de más de 300 columnas de 9 metros de alto distribuidas en hileras sobre una superficie húmeda (Donde normalmente hay agua) y luces amarillas proyectándose en su superficie. El espectáculo era sobrecogedor, sobre todo si consideramos que fue construida en el siglo VI de nuestra era, cuando esta zona era gobernada por el Emperador Bizantino Justiniano.
Nos internamos por un sendero de madera entre medio de las columnas. A cada rato me detenía a hacer algunas fotografías intentando que el pulso no moviera la imagen, ya que había muy poca luz.
El ambiente era húmedo y a lo lejos se sentía el correr del agua. El lugar me encantó, aunque no estaba con el agua que debería. Sólo al final del recorrido se acumulaba en un pozo con una gran cantidad de peces.
Tras bajar una escaleras había dos columnas cuyas bases eran dos cabezas de medusas. Un ladeada y otra al revés. Acá el agua se escuchaba más fuerte y también se agrupaba más gente. Intenté hacer algunas fotos de las medusas y volvimos sobre nuestros pasos.
Claramente de lo recorrido hasta ahora, Santa Sofía y la Cisterna Basílica eran lo que más me habían gustado. Ambos lugares sobrecogían con solo pisarlos. Eran realmente increíbles.
Volvimos a la superficie y fuimos en busca de algo para almorzar. Ahí compartimos algunas de nuestras experiencias de vida, cómo fue que ambas llegaron a vivir en Turquía y cómo es que yo llegué de viaje por estos lados.
Hacía casi una semana que no tenía una conversación larga, así que lo agradecí mucho. Lo mismo que el plato que me comí. Un “Iskender Kebap”: Carne con berenjenas y yogur blanco que estaba delicioso.
Hernán Castro Dávila
Estambul, Turquia
6 de febrero del 2018
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