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Cada vez que mi primos viajan desde Santiago hasta Valparaíso, al llegar a nuestro departamento se asoman por el balcón y se quedan minutos contemplando la ciudad desde las alturas. Mi prima, María Paulina, se instala en una silla, prende un cigarrillo y se queda en silencio observando. Una vez, cuando me asomé al balcón, me dijo que podría estar horas contemplando. Yo también, le dije, y nunca me aburro de ver como un mismo paisaje puede cambiar tanto dependiendo de las horas del día y las estaciones del año.