Ya algo cansado de caminar, me compré un simit y decidí tomar una de los barcos que realizan paseos por el Bósforo.
Es demasiado agradable andar en barco. En verdad me resultó un descanso sentarme en la parte superior de la embarcación, abrigarme y disfrutar del paisaje. Apenas partimos un enorme grupo de gaviotas nos siguió graznando y volando. La gente les daba comida y más gaviotas se sumaban tras la embarcación.
Atrás quedaba la majestuosa mezquita de Solimán y el ajetreo de gente en torno al embarcadero. Del otro lado del Cuerno de Oro se acercaba la Torre de Gálata. La escena era emocionante, como sacada de una película de aventuras. (Sin ir más lejos, días después vería en Amsterdam la película “Asesinato en el Expreso Oriente” y una de sus primeras locaciones era Estambul).
Llegamos al Bósforo y empezamos a internarnos por este brazo de agua. A los costados aparecían algunas mansiones antiguas. También pudimos ver la residencia de los monarcas otomanos tras dejar el castillo, una bella mezquita junto al río y varios puentes enormes que unían a Estambul, pero también a dos continentes: Europa y Asia.
Compré un té para pasar el frío y seguir disfrutando del espectáculo.
A nuestro regreso pasamos junto a la torre de XX. Desde aquí colgaban enormes cadenas hasta el lado asiático, las que cumplían la función de cerrar el acceso al Bósforo.
Cuando ya estábamos a punto de regresar al lugar donde iniciamos la travesía, comenzó a ponerse el sol tras las mezquitas. El cuadro era hermoso. En verdad esta ciudad es muy cautivante. Tiene un halo de misterio y magia, sobre todo cuando uno la visita desde un lugar tan distinto y lejano como es Valparaíso. Nunca había visto una ciudad igual.
Hernán Castro Dávila
Amsterdam, Holanda
8 de febrero del 2018
8 de febrero del 2018
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