Le pregunté a la recepcionista del hotel cómo llegar al Puente Carlos. “Tomas el tranvía 9 y te bajas en ocho paraderos más”. Le compré dos pases de 30 minutos para el tranvía (24 coronas checas) y cambié 50 euros (Por 1.200 coronas checas).
Salí del Hotel Golden City y tomé el tranvía 9. Estaba grabando una historia para Instagram, cuando un hombre se para al lado mío y me queda mirando. Pensé que me diría algo respecto al mapa que tenía en la mano. Nada de eso. Quería mi pase. Se lo entregué, lo miró y me lo devolvió. Continuó en el asiento de adelante. Una mujer le mostró su pase y otro hombre le pasó su carné de identidad. ¿Tendrá algún beneficio especial?, pensé. Luego de eso le entregó 1.000 coronas. Esa es la multa que debes pagar cuando te sorprenden sin pase dentro de la locomoción colectiva. No hubo palabra entre ellos. El supervisor le pasó un recibo y se bajó del tranvía. (Los pases se validan cuando subes al tranvía. Una máquina imprime la hora y el día en que subiste. Hay pases de media hora hasta de tres días).
Conté las ocho paradas y bajé en Národni Divadlo. El tranvía cruzó el río Vltava y yo me quedé parado observando los bellos e imponentes edificios que me rodeaban. Caminé un poco sobre el Puente Tiradores y finalmente continué bordeando el río hasta el puente Carlos.
La mañana estaba heladísima, pero eso no detenía a los praguenses que andaban trotando por la rivera. Luego de ver como se acercaba el puente Carlos ingresé por una galería y finalmente llegué a la Torre del Puente de la Ciudad Vieja.
Levanté la mirada y me encontré con muchas figuras sobre la superficie de ladrillos grises. Frente a mí un túnel dentro de la torre daba acceso al Puente Carlos. A eso de las 9 de la mañana ya habían algunas personas paseando sobre los adoquines. El espectáculo era muy agradable.
Me introduje por el breve túnel bajo la torre e inicié mi paseo. Cada estatua representaba una situación distinta, todas con un tiente muy dramático y expresivo. A un costado del puente se levantaba la figura imponente del Castillo de Praga. Bajo mío circulaba y sonaba el río.
Praga es una ciudad de cuento, pero de cuentos dramáticos. Esto no es Disney. Hay castillos y puentes, pero si te detienes a observar las figuras te darás cuenta que prima el sufrimiento y el pesar de la condición humana y religiosa. Imagen que contrasta con la sonrisa afable de los turistas y las selfies (incluida la mía, por supuesto). Praga no es Disney, pero los turistas actúan como si lo fuera. Y eso no deja de ser curioso.
A medida que me aproximaba a la otra orilla me empezó a envolver la magia del barrio Malá Strana. ¡Qué belleza de casas y calles! A media que caminaba hacia ellas se iban mezclando en formas y colores. Y una vez que dejé el puente me vi rodeado de dichas construcciones.
No había caminado más de una hora, pero necesitaba pasar a un baño y digerir tanta información, tanta emoción centenaria. Pedí un capuchino en el café U Kostela, frente a la Plaza de Malá Strana. Disfruté de la calefacción y el café. Aproveché de subir algunas fotos a Instagram, Twitter y Facebook. Recuperé energía, revisé la guía Michelin y elegí mi próxima parada: La Iglesia de San Nicolás.
Hernán Castro Dávila
Praga, República Checa
28 de enero del 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario