martes, 1 de mayo de 2018

De copas en Praga



Luego de tres días de recorrer Praga a plena luz, llegó el momento de salir de noche. La República Checa es conocida por su afición a la cerveza, así que dormí una siesta y salí a comprobarlo por mí mismo.


Praga

Partí recorriendo los bares cerca del hotel. En cada cuadra había uno distinto. Recorrí tres bares y el que más me gustó fue el último: Chartreuse Bar. Con luz tenue, buena decoración y agradable música ahí opté por degustar tres cervezas distintas. Apenas terminaba una, el barman volvía a ofrecerme otra.

Praga

Entre sorbo y sorbo de cerveza cruzaba alguna palabras con el barman y subía fotos de mi paseo por la ciudad a Instagram. Alrededor mío habían algunos clientes, la mayoría locales que compartían un trago después del trabajo. De vez en cuando los observaba a ellos o me distraía con la decoración del local: maquinas de escribir antiguas, figuras medievales, cuadros con rostros medios desfigurados. Un buen lugar para pasar parte de la noche.

Ya con cinco shops de medio litro en el cuerpo quería seguir recorriendo e idealmente llegar a un lugar más animado. Más perito en el sistema de tranvías revisé el horario de tránsito (¡Funcionan las 24 horas, tienen el horario pegado en cada paradero y lo cumplen puntualmente!) e identifiqué una de las dos paradas que había utilizado estos días en Praga: la Národni Divadlo.

A la 01:30 en punto el tranvía se detuvo en el paradero. Me bajé cerca de puente Carlos y caminé hasta a la discoteca Karlovy Lázne, ubicada a un costado del puente. Pagué la entrada de 150 coronas checas y pasé a la fiesta. Aquí si había gente y el ambiente era de jolgorio. Japoneses bailaban sobre la pista y los checos hacían lo suyo. Pedí una cerveza más y me sume a la fiesta. A parte de viajar, debo decir que disfruto mucho de bailar solo.

Por acá la gente acá no es tan prendida como en Chile. A eso de las tres de la mañana quedaba sólo yo en la pista de baile. Entonces pensé que era tiempo de regresar al hotel.

Crucé la calle y un amable guardia me invitó a pasar a un club nocturno llamado Night Gym. “No tengo dinero”, le respondí. Me dijo que pasara igual para que lo conociera. Dentro me encontré con muchas mujeres semi desnudas y una bailando sobre una tarima.

No alcancé a sentarme cuando se me acercó una y me preguntó si quería contar con sus servicios. Le respondí que no tenía dinero y se alejó. Se acercó otra y repetí la fórmula. La segunda fue más amable y me invitó a sentar bajo la tarima donde bailaba una de las chicas.

Esta vez se acercó una tercera mujer y me preguntó qué quería beber. Pregunté por la cerveza más barata y pedí una. Subió una nueva mujer al escenario. Bailó, se desnudó y terminó el espectáculo. Acabé mi cerveza y salí de regreso a las calles de Praga.

En eso me vi tentado por el ir al Puente Carlos. Eras las cuatro de la mañana y estaba a solo unos metros. Hasta acá la ciudad me parecía un lugar tranquilo y seguro, así que me lancé a la aventura.

Praga

Praga

Entonces se produjo la magia. Atravesé la Torre del Puente de la Ciudad Vieja y me interné sobre la superficie de adoquines iluminada por la luna llena. A mi alrededor, las figuras de las estatuas más que santos parecían sombras de gárgolas. Abajo mío se sentía correr el agua del río Vlatava y el viento helado me pegaba en todo el cuerpo. Estaba solo en el Puente Carlos. Me sentí libre y feliz. Capaz de hacer lo que yo quisiera.

Hernán Castro Dávila
Praga, República Checa
31 de enero 2018

Apuntes y Viajes

Hernán Castro Dávila

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