No sé salir de compras. Quizá por eso logré abstraerme en los mercados y en vez de comprar hice fotografías. Quizá por eso sobreviví a la increíble tentación de todo tipo de cosas que encontré en el Gran Bazar y en el Bazar Egipcio. Chocolates turcos, té, especias, lámparas y antigüedades. Todo dispuesto de mil maneras y distribuido entre cientos de puestos.
¿Por qué voy a los mercados o bazares si no soy bueno para comprar? Voy porque me encanta observar a las personas en su medio y oír como conversan. Me encanta ver los productos que ofrecen, sentir su aroma, tocarlos.
La búsqueda de imágenes que me hagan sentido, la distinción de formas y situaciones a través del rectángulo de la cámara o el cuadrado del celular definitivamente me abstraen de la acción.
Aquella mañana de invierno en Estambul me levanté sabiendo a lo que iba. Salté de la cama, obvié el desastre de la habitación (closet con una puerta caída, cajones de la cómoda que no cerraban, cortina caída, WC que botaba agua por el costado cuando tirabas la cadena), me duché y fui por mi desayuno a la fría terraza con una bella vista a las cúpulas de un par de mezquitas y una línea de mar lejana.
Comí cuanto puede y partí caminando desde el Hotel Armonía (El nombre es un chiste, pues ese hotel era cualquier cosa menos armónico. Quizá su nombre hace referencia a que uno aprende a desarrollar la paciencia y la armonía ahí. No lo sé). Seguí la linea del tranvía un par de estaciones y llegué hasta una de las 18 puertas que dan al Gran Bazar.
Antes de entrar fui revisado por la policia. Algo normal en todos los lugares donde se aglomeran personas en Estambul (aeropuerto, metros, museos). Entré y me encontré con un largo pasillo techado, muchos locales y una enorme cantidad de productos.
Comencé a pasear por los pasillos intentando recordar mentalmente la cantidad de veces que había doblado en cada esquina para luego regresar al punto de partida. Era como un desafío de orientación en medio de ese laberinto.
¿Lo que más me gustó del Gran Bazar? Las lámparas (hermosas, de colores llamativos y formas que evocan el mundo árabe), los puestos de especias (Por sus colores y aromas), los puestos de antigüedades (con figuras polvorientas y románticas) y los de alfombras (Con las telas, sus colores y un adormilado dependiente).
Pasee distraído, hice fotografías y me serví un café. Luego de algo más de una hora tomé un tranvía desde la estación Beyasit-Kapalicarsi hasta Sirkeki. Atravesé la calle bajo los túneles del metro y aparecí a un costado de la mezquita Yeni Camii, una pequeña plaza con fuentes de agua y muchos turcos disfrutando de la tarde del domingo.
Previa revisión de rigor, entré al Bazar Egipcio y me encontré con un lugar mejor mantenido que el Gran Bazar (Las columnas del techo se veían bellas y sin pedazos menos), pero más pequeño y acotado al turista. Aquí sí caí en la tentación de comprar algunos regalos para familiares y amigos. Pero también hice varias fotografías.
El lugar estaba bien. Era bonito y muy llamativo para nuestros ojos occidentales. Y como los dependientes lo saben, suelen cobrar bastante más caro que en otros sectores menos turísticos del ciudad. Pero esta bien. Así es el juego. Probablemente a ellos también les cobren un mayor arriendo y así sucesivamente.
Al final la experiencia de paseo en ambos bazares cumplió con mi expectiva fotográfica y, si hubiese tenido deseos de comprar, probablemente me hubiese sentido frustrado, pues habían demasiadas cosas bellas y atractivas a precios no tan altos y elegir iba a ser muy difícil.
De hecho, para mi no compré nada. Sólo compré pequeños presentes y nada más. Los mayores regalos para mí son las imágenes y la experiencia que pude rescatar de esa visita. Que de todas maneras recomiendo.
Hernán Castro Dávila
Amsterdam, Holanda
8 de febrero del 2018
8 de febrero del 2018
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