Ao Tan Sai, Ko Phi Phi |
A una hora y media de Phuket en el Mar de Andamán, Ko Phi Phi es una isla que bien podría considerarse un paraíso terrenal. Calles estrechas donde solo circulan personas y bicicletas, un enorme cerro con bosques, elevadas palmeras, playas de arenas blancas, aguas tibias y transparentes. Todo esto con una temperatura que pareciera no bajar de los 30 grados.
Un tanto encañados tras la despedida de Patong, nos fuimos dormitando en la van y luego en el barco que nos llevó de una a otra isla. Bajamos del barco con una hilera de mochileros y nos fuimos en busca del Natacha Hotel. Luego de extraviarnos algunos minutos dimos con el local, dejamos nuestras mochilas y enfilamos hacia la plaza.
Avanzamos por una estrecha callejuela con tiendas de artesanía a un lado y un terreno valdio al otro (donde aún se podía apreciar todavía los estragos del tsunami y próximamente construirían un mall). Y de pronto apareció una de las playas más lindas que he visto en mi vida.
No podíamos creerlo. Macarena se quitó la polera y se fue derecho al agua de color turquesa. Bajo mis pies se extendía una larga playa de arenas blancas, delante mío Macarena se bañaba en un agua tibia y sin olas, rodeada de pequeñas laderas boscosas coronadas por un gran montículo de roca que emergía justo al lado de la entrada de agua. Habíamos llegado al paraíso y no nos moveríamos de ahí en el resto del día.
Bordeamos la bahía rodeada de pequeños restaurantes y bares que por la noche se transformaban en lugares de fiesta.
Había poca gente en la playa, unos tendidos por aquí, otros tendidos por allá. Nosotros nos aperamos a un pequeño bar ubicado bajo un árbol de hojas circulares, pedimos dos cervezas y nos dedicamos a contemplar el paisaje, bañarnos y escribir. De vez en cuando caía una hoja o una extraña pelusa. Así estuvimos mucho rato hasta que nos dio un poco de hambre.
Al lado, en lo que podría ser el patio de una pequeña casa vendían platos de comida thai a precios módicos. Comimos pad thai con sea food sentados en una pequeña mesa de madera, a cinco pasos del mar.
No me canso de repetirlo: Estábamos en el paraíso.
Volvimos al pequeño bar. Como sucede en casi todas las playas paradisiacas, detrás de la barra del bar se alzaba un afiche del gran Bob Marley. Nos tendimos en nuestras reposeras y comenzó a sonar el reggae. Nada podía ser mejor. Estábamos redimidos, el paraíso nos había aceptado. El budismo es una religión de criterio amplio y filosofía armónica, viene muy bien con el reggae y con la eterna sonrisa de Buda y los tailandeses.