lunes, 4 de junio de 2012
Volar hacia el fin del mundo
No dormir. Esa era mi premisa cada vez que viajaba en avión entre Santiago y Punta Arenas. El vuelo era la conexión mágica entre mi hogar nuclear y la familia ampliada de Santiago; el vínculo entre el frío austral y el calor del valle central. No dormir, era mantenerse atento a la transición entre estos dos mundos donde dibujé mi infancia y parte de mi adolescencia.
Hace 15 años que no hacía este trayecto. Fue en 1997 que tomé una mochila, abordé un avión a Puerto Montt y me fui a dedo hasta Valparaíso, donde llegué a estudiar la carrera de periodismo. Cómo saber entonces, que esta sería la segunda ciudad de mi vida, donde echaría raíces y descubriría el amor.
Muchas veces soñé con volver a Punta Arenas, caminar por sus calles tranquilas y sentir el viento helado en el rostro. Soñé con recorrer el borde del Estrecho de Magallanes en la madrugada y detenerme a observar cómo el sol se levanta a los lejos sobre Tierra del Fuego.
A medida que escribo estas líneas, el avión se desplaza raudo sobre la Patagonia, cada vez más cerca de mi ciudad natal.
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