viernes, 22 de junio de 2012
Plaza de Armas de Punta Arenas
Punta Arenas, tierra de aventureros. Sus primeros habitantes fueron grupos nómades que vivían de la caza y la recolección, tras ellos llegaron españoles que perdieron la vida en el intento de fundar una ciudad, seguidos de piratas ingleses que circulaban por el estrecho y asaltaban los barcos de la corona española. Luego siguieron chilotes, suecos y croatas que con algo más de suerte fundaron las raíces de mi ciudad natal, juntándose con más gente de diversos lugares, empujando el sueño de una ciudad en el fin del mundo... Y haciéndolo realidad.
El viento de Punta Arenas evoca aventura. Caminar por su Plaza de Armas, ver el tono de los árboles que le dan vida y luego detenerse a contemplar esa estatua que tantas veces vi de niño. Ver a ese hombre mirando al horizonte con un pie sobre el cañón, los indígenas descansando con actitud altiva (como en las fotos de los salesianos, antes de ser vestidos con ridículas prendas occidentales) y las sirenas, representantes de la fantasía y la ilusión de un mundo nuevo, nuevo para estos chilenos y europeos deseosos de conocimientos, fama y riquezas.
La historia se respira en Punta Arenas, se observa en los barcos encallados, se lee en los nombres de las calles, en la denominación de sus parques, en las lápidas de su cementerio. Punta Arenas huele a aventura, sacrificio y valor. Pero también huele a sangre e injusticia, como la de haber visto partir a cuatro etnias distintas, de las que hoy solo nos quedan fotografías y unos cuantos sobrevivientes.
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