sábado, 10 de marzo de 2012
Copacabana
Cada mañana de nuestra estadía en Río de Janeiro salimos a trotar. Nuestra rutina era sencilla, pero paradisiaca.
Por una semana, a las 6 y media de la mañana sonó el despertador del celular, el sol se asomó sobre el oceáno y entró por la ventana de la habitación, recordándonos el comienzo de un nuevo día. Rápidamente me cambiaba de ropa, llamaba a nuestros compañeros de viaje y partíamos desde el hotel hacia el Pan de Azúcar, recorriendo a trote toda la ciclovía de Copacabana, deteniéndonos por un instante al final del camino y regresando al hotel.
Una vez en el hotel subíamos al piso 30, salíamos del ascensor y caminábamos hasta la azotea, donde disfrutábamos de una vista panorámica de la playa y la ciudad, para luego tirarnos en la piscina.
A las 8 de la mañana, con 24° grados de temperatura, el aire húmedo y el cuerpo caliente luego de una hora de ejercicio, sentir el agua fría de la piscina era como despertar de un sueño, donde la realidad idílica se llamaba Río de Janeiro.
Luego de la piscina, un desayuno de reyes: jugo de naranja natural, pan con queso de cabra, jamón, salchichas, huevos y tocino. De postre frutas tropicales con leche condensada y café con pasteles.
Luego de esta rutina comenzábamos la jornada.