Valdivia me cautivó. El encanto de la ciudad, la naturaleza que la rodea y la amabilidad de sus habitantes. Comenzando el otoño tomé un bus y regresé.
Una de las cosas que más me gusta de estar soltero, es poder contar con todo el tiempo libre a mi favor. Trabajo casi cincuenta horas a la semana. Pero saliendo de la oficina, quedo libre para hacer lo que me plazca: Caminatas, cafés, gimnasio, lectura, cine, series, cervezas con amigos, onces con amigas, escribir para el blog, sacar fotos. Y bueno, los fines de semana largo y las vacaciones son una extensión de esa libertad. Eso sí, para que las cosas salgan bien siempre es buena una dosis de planificación.
Un par de semanas antes compré mis pasajes y pedí un día administrativo en el trabajo. Llegada Semana Santa abordé un bus en el Rodoviario de Valparaíso y partí con destino a Valdivia.
Nada más agradable que la sensación de comenzar el viaje, reclinar el asiento, observar el paisaje y respirar profundo. Es increíble cómo la sola idea de viajar nos conecta con el presente. Cada minuto adquiere un valor distinto, especial. La rutina de lo cotidiano queda atrás y comienza una nueva historia. Reviso las redes sociales de Apuntes y Viajes en el celular, veo un documental (Minimalismo: Un documental acerca de las cosas importantes), leo las crónicas de Manuel Peña Muñoz y de a poco me voy quedando dormido.
Al despertar veo pasar la sombra de los árboles en medio de la bruma. Corro la cortina y alcanzo a ver un río que pasa raudo, luego otro y otro. El bus se detiene en San José de la Mariquina. Ya estabamos a punto de llegar.
Cuando desciendo me recibe el aire helado y húmedo del sur. Esta vez mi amiga Marcela es la anfitriona. Nos encontramos en su casa, desayunamos algo y salimos a caminar.
Hernán Castro Dávila
Valparaíso, Chile
31 de julio del 2017
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