En el verano del sur de Chile, cada ciudad y poblado tiene su noche de fiesta. En mi primer mochileo recuerdo haber oído lo bella que era la Noche Valdiviana. Esto fue en Río Bueno allá por 1996. Veinte años después viajé a Valdivia y calculé mi fecha de regreso para poder participar de esta fiesta.
Tras una semana de estadía en casa de mi amigo Esteban y un par de días en la bella Lican Ray en casa de Carola, volví a Valdivia. Ahí me esperaban Karina y Pancho. Ella fue compañera en tercero y cuarto medio en el Colegio Miguel de Cervantes en Punta Arenas. Fue en la junta por los veinte años de egreso que me invitó a Valdivia. Y yo accedí feliz.
Entonces comenzó el carrete. Mi primera noche me recibieron con un delicioso ceviche y generosas copas de vino blanco. La segunda noche, uno de mis mejores amigos del colegio, Germán, nos agasajó con un maravilloso asado, quesos y todos tipo de vinos y licores. La tercera fue la Noche Valdiviana.
Comenzamos bebiendo cerveza artesanal en algún bar del centro de Valdivia. Cuando comenzó a atardecer nos sumergimos en un mar de gente, parrillas humeantes, puestos de cabritas, challas y toda clase de comercio ambulante junto al río. Avanzamos por la muchedumbre y nos alejamos hasta encontrar un sitio donde acomodarnos.
Al cabo de unos minutos comenzó el desfile de embarcaciones caracterizadas por organizaciones sociales y empresas de la zona. El motivo más recurrente fue el avión Luchín, el que había saltado a la fama tras colaborar en el control de los enormes incendios forestales que afectaron el sur ese verano. Una de las embarcaciones más producidas era la de la cerveza Kunstmann. La gente gritaba y aplaudía cuando en medio de danzas alemanas sonaba la tapa de una botella de cerveza gigante, se abría y dejaba caer el líquido a borbotones sobre la superficie del río. En otro de los carros venían las candidatas a reina.
El desfile de embarcaciones fue cerrado por un espectáculo pirotécnico que encantó a los asistentes. Fue algo bello, pero es probable que me haya sorprendido más a los 17 años. Cuando se apagó el último fuego artificial, Pancho y Karina me invitaron a caminar rápido en busca de un bar antes de que se llenaran de valdivianos y turistas sedientos.
Atravesamos la ciudad a paso acelerado y llegamos al Grado 3. Nos sentamos y en dos minutos se llenó. En el local había una maravillosa promoción de cerveza Kunstmann. Pedimos shops para los tres y brindamos, conversamos y reímos. En eso llegó Marcela, amiga de Karina, pedimos otra ronda y un crudo valdiviano. ¡Estaba muy bueno! 12 mitades de pan de molde cubierto por una capa de carne cruda, una salsa para untar y limones. Los valdivianos saben de cerveza y buena comida. Pedimos otra ronda y cuando el local cerró, fuimos por más al bar de al lado. Entonces pasamos al ron y cada vez nos fuimos poniendo más eufóricos y risueños.
Cuando cerró aquel bar tomamos un taxi hasta la casa de Karina y cerramos la noche bailando "Despacito".
Al escribir estas líneas recordé que a los 17 buscaba en estas fiestas más un marco para el desorden individual que el show colectivo. El caos iluminado por los barcos y los fuegos artificiales son un estímulo maravilloso para celebrar hasta el amanecer. Como más de alguna vez lo he hecho en Valparaíso y como soñaba hacerlo en Río Bueno, cuando las expectativas de la adolescencia se frustraban con los costos y los horarios del mundo adulto. Pero nunca es tarde para cumplir los sueños, ni para tener una de las peores resacas de la vida.
Lago Ranco |
Nada que no se pueda superar con la hospitalidad valdiviana, un buen desayuno y el paseo a alguno de los lagos de esta hermosa parte de Chile.
Hernán Castro Dávila
Santiago, Chile
7 de julio del 2017
Apuntes y Viajes en Flickr:Suscríbete para recibir novedades de Apuntes y Viajes:
Suscríbete para recibir novedades de Hernán Castro Dávila: