






Mientras subíamos las escaleras por la Plaza de San Pedro, Macarena se puso a cantar una canción de Violeta Parra que decía así: "Qué dirá el Santo Padre, que vive en Roma, que le están devorando a sus palomas". Esa melodía acompañaría todos nuestros pasos por ese país a parte que es el Vaticano. Era imposible que no lo hiciera.
Viniendo de Latinoamérica y con cierta afinidad por los dichos de la llamada teología de la liberación; aquella donde Cristo se hace carne en los pobres y debe luchar junto con ellos; la estructura del Vaticano se nos apareció exagerada y fastuosa. Todo lo contrario de aquello que oí sobre Jesús cuando era un niño.
Los sentimientos eran contradictorios. Al mismo tiempo que la perfección arquitectónica asombraba por su belleza, la sospecha por el excesivo poder que se concentra en este espacio adornado con oro y mármol, socavaban ese asombro y lo volvían escéptico. Pero en fin. Así es el poder y así son los antecedentes que se esconden tras las grandes construcciones de muchas culturas.

Entonces el escepticismo dio paso al asombro.
Continuamos recorriendo, observando. Uno de los lugares que más me gustó fue la cúpula de Miguel Angel. A medida que avanzábamos caminando, la cúpula se asomaba sobre nuestras cabezas, atrayendo nuestra mirada hacia el punto más alto, donde ingresaba la luz y estaba representado Dios.
Retrocedí dos pasos, extendí mi brazo para abrazar a Macarena. La mujer que estaba a mi lado saltó y me quedó mirando con expresión desconcertada. Me había confundido. Estaba tan absorto mirando hacia el cielo, que abrasé a una turista de rasgos orientales a quién dejé helada. Mientras Macarena observaba la figura de San Pedro tallada en cobre, allá a lo lejos.

Enlaces
Crónicas: El Vaticano, El Museo Vaticano y la Capilla Sixtina.
Fotografías: Reloj de Giuseppe Valadier, Detalle interior de la Basílica de San Pedro, Paloma sobre el altar de la Basílica de San Pedro, Fragmentos de Atenas, Vitral de María y Jesús, Escalera en espiral de Giuseppe Momo.