domingo, 20 de enero de 2013
Marchar por Avenida Pedro Montt
Era una mañana de invierno del año 2000. El día estaba nublado y sobre Valparaíso caía una suave llovizna. En la Plaza Victoria los estudiantes comenzaban a reunirse para la marcha del medio día. En aquel tiempo, las protestas eran contra la Ley Marco y por el aumento de recursos para el Fondo de Crédito Solidario.
En medio de la plaza un estudiante con chaleco, pelo largo y megáfono daba las razones de la protesta. En mi mano derecha sujetaba mi cámara fotográfica, una Yashica de los años sesenta, cargada con rollo blanco y negro para dejar un registro del momento histórico que, a nuestro juicio, estábamos viviendo.
Los lienzos, las pancartas y las consignas aumentaban con el paso de los minutos. Hasta que llegado el medio día comenzamos a caminar por Avenida Pedro Montt rumbo al Congreso.
Para estas ocasiones redactábamos panfletos, los fotocopiábamos y los repartíamos durante las protestas. Además imprimíamos un periódico de tamaño pequeño llamado El Perjurio, donde opinábamos respecto de la realidad estudiantil.
Mientras avanzábamos por el centro de la calle, sentía que el tiempo nos pertenecía, que al menos por unos minutos la ciudad se detenía para escuchar nuestras demandas. Queríamos estudiar, pero no teníamos dinero para hacerlo. Y, como si fuera poco, los legisladores seguían promoviendo un sistema que beneficiaba las universidades privadas.
Como siempre, al final de nuestro recorrido, no nos esperaban los políticos. En vez de nuestros honorables representantes nos encontrábamos con hileras policías pertrechados de cascos, chalecos antibalas, rodilleras y pistolas. Junto a ellos enormes vehículos policiales destinados a disuadirnos.
Y como una historia con un final aprendido, no faltaba el tipo que lanzaba la primera piedra, para que partieran las escaramuzas en Plaza O'Higgins.
A lo largo de los años, los estudiantes siguen reuniéndose en Plaza Victoria para protestar por sus derechos. A principios del siglo XXI era por financiamiento, 10 años después se sumaron la falta de regulación, el endeudamiento y la baja calidad de la educación.
De esta manera, año tras años, Valparaíso ve desfilar por sus avenidas masas de jóvenes alegres, pero disconformes con un sistema educacional que deja su futuro en manos del mercado. Este rito ya es parte de la identidad porteña, así como un recordatorio de las tareas pendientes de la democracia chilena, tan apegada a la economía y tan distante de sus ciudadanos.