viernes, 10 de junio de 2016

Claroscuros de un yogui urbano

Gerardo es instructor de yoga y contador auditor. Apuesta por el equilibrio, pero sabe que a veces es necesario dar un golpe de timón: Esta semana renunció a su trabajo y compró boletos para el Sudeste Asiático. Esta es su historia.




2014

7 de la tarde en la Gran Fraternidad Universal -GFU-. Una mujer está tendida en el piso observando el techo; más allá, otra mujer de canas conversa con su hija; al lado mío un joven observa la pared con las piernas cruzadas. Yo estoy en posición de sastre (con las piernas cruzadas) y revisando mi cuenta de Twitter en el celular. En la pared, el segundero del reloj sigue avanzando.

7:15. La secretaria abre la puerta de madera y pisa el parqué: "Gerardo viene un poco atrasado por un taco en la avenida España". Todos observamos a la secretaria y luego volvemos a lo nuestro: el techo, la conversación, la pared, el celular.

7:30. La puerta se abre. Gerardo Casas Aguirre se desplaza lento y sonriente. Nos observa y comenta que había taco y que, bueno, no había nada más que hacer. Saca un pendrive de su bolsillo, lo enchufa en una pequeña radio y comienza a sonar Bruno Mars. Todos nos paramos y comenzamos a seguir los movimiento de la psicogimnasia. Luego vamos a la ducha de agua helada y volvemos a la relajación. Tras diez minutos de descanso conversamos sobre la práctica y realizamos las asanas.

Mientras mantengo el equilibrio en la posición del árbol, con el pie izquierdo apoyado en la rodilla derecha y las dos manos sobre la coronilla, me resulta imposible no asociar las asanas a las figuras budistas que conocí en los templos de Tailandia, Laos y Camboya. Las imágenes de Buda se vienen a mi cabeza, hasta que los gritos de un acomodador de autos me traen de vuelta a Valparaíso y pierdo el equilibrio. La GFU se ubica en una casona emplazada en avenida Brasil con Eleuterio Ramírez, a pasos del Arco Británico, en medio del ajetreo urbano de la ciudad.

Terminada la clase, me cambio de ropa y bajo por las escaleras de la casona, observo hacia la sala de reuniones y veo a Gerardo vestido con su ropa de oficina. Agradezco la clase y salgo hacia la avenida Brasil. Me siento muy bien. Esbozo una sonrisa y camino a paso lento hacia el paradero de colectivos.

2016

Han pasado dos años. Gerardo sigue haciendo clases en la GFU y a mí me gustaría conocer cual es la historia tras este profesor de yoga que proyecta tanta tranquilidad en medio de un centro urbano caótico como Valparaíso.

Toco el timbre, abro la puerta de la mampara y subo los peldaños de marmol hasta el salón principal de la GFU. Me acerco hasta la secretaria y le pregunto por Gerardo. Acá está, me dice. Tras la puerta se asoma el rostro del profesor de yoga, quien me sonríe y me invita a pasar.

Me ofrece una manzana y un vaso de agua. Estamos en la oficina de reuniones. Atrás cuelga un pequeño cuadro con la foto de Serge Raynaud de la Ferriere, mentor de la institución que hoy tiene sede en 19 países de América y Europa.

Son días agitados para Gerardo: Renunció a su trabajo y compró pasajes para Bangkok.

Estudiar auditoria y aprender yoga


GFU Valparaíso
GFU Valparaíso
Todo comenzó en mayo del año 2000, cuando un adolorido estudiante de Auditoria llegó hasta las oficinas de la GFU en busca de un lugar para practicar meditación y aliviar el malestar por una rompedura de ligamentos en la zona lumbar. La primera vez practicó con Pedro y fue una experiencia muy dolorosa: Al minuto de meditación le dolían los brazos y las piernas. A pesar de esto, decidió continuar para dominar la práctica.

En junio, aceptó la invitación de Pedro para practicar yoga. Como buen estudiante universitario, Gerardo solía juntarse con sus compañeros a carretear en Valparaíso. Dos días antes de partir la práctica de yoga dejó de beber. Llegó a la clase y se encontró con un grupo compuesto solo de mujeres.

Gerardo respira profundo, estira su rostro hacia delante y me dice con calma: “Empecé con la gimnasia y vi que ellas eran súper flexibles. Se estiraban y no sudaban. Yo estaba todo transpirado y me dolía todo. Entonces empecé a transpirar olor a copete rancio. Me dio mucha vergüenza. Terminó la gimnasia y me fui a duchar. Vino la relajación y luego las asanas... Y no las podía hacer, no me daba el cuerpo para doblarme y sentarme, me dolía la lesión. Terminamos la última asana, me pongo de pie y por primera vez después de realizar una actividad física me siento bien por fuera, pero también por dentro, tranquilo en el corazón. De todos los deportes que había practicado en mi vida, ninguno me había dejado tranquilo por dentro. Entonces me dije: Esto me hace bien. Y seguí viniendo."

A medida que Gerardo profundizó en la práctica de la meditación y el yoga comenzó a experimentar cambios en su vida cotidiana. Primero dejó de beber alcohol y luego dejó de comer carne. Le ofrecieron hacer clases y aceptó.

Trabajar y practicar

Gerardo Casas Aguirre
Gerardo en la GFU Valparaíso

Titulado, Gerado entró al mundo laboral y se desempeñó en varias empresas durante doce años. Trabajó en tesorería, contabilidad, bodega, adquisiciones y jefaturas. En paralelo a su experiencia profesional se siguió especializando en el mundo del yoga, experimentando en base a nuevos libros. Practicó kundalini, ashtanga y vinyasa, asistió a cursos en el extranjero y continuó con la práctica.

La idea era llegar al punto en que el yoga se viva tanto en la disciplina como en el trabajo. El problema para Gerardo es que la sociedad no está acostumbrada a que las personas sean amables: “Yo creo que por ahí va el tema del yoga. No pasa por practicar en un salón y sacarse fotos demostrando que eres súper flexible. Si no se refleja en la vida cotidiana, no estás haciendo grandes cosas. No estás haciendo cosas que nutran la vida”.

Para continuar su desarrollo profesional Gerardo estudió un Magíster en Finanzas, pero no le gustó lo que descubrió. Para Gerardo el mundo de las finanzas "es puro manejo de información y aprovecharse de los que no saben. El sistema está hecho para que uno se sobreendeude, para que deba mucho y tenga que trabajar mucho para pagar ese exceso de deuda de cosas que no necesita. Luego no puedes salir y caes en la vorágine de correr”.

La lógica inmersa tras las finanzas comenzó a desmoralizarlo. En el trabajo le cambiaron el jefe y le pusieron a una persona poco honesta, que lo responsabilizaba de todo y lo llenaba de trabajo de un momento a otro. Gerardo colapzó.

Renunciar y viajar

GFU Valparaíso
GFU Valparaíso

Tras un par de sesiones con el psiquiatra tomó la decisión: Debía renunciar. El equilibrio entre práctica y trabajo se había roto. Era tiempo de volver a empezar. Entonces tomó cuerpo la idea que Pamela, su pareja, le había planteado tiempo atrás: Viajar al Sudeste Asiático.

Gerardo sonríe y me cuenta que “son tres rutas: Una es budista y se desarrolla a los pies del Himalaya-Bután, Dargelin, Nepal, Birmania- y hacia el costado oriental -Laos-, de ahí pasar al Sur en busca del buceo -Tailandia, Indonesia, Malasia, Islas Gili, Isla Bali- y la tercera es ir a ver el comercio oriental –Tailandia, Nepal, Bután-”.

De pronto la vida adquirió otro horizonte. El yoga dejó de ser un contrapeso para el trabajo financiero y se tranformó en un trampolín para dar otro salto espiritual en busca de budismo, naturaleza y cultura oriental.

Un joven ingresa a la habitación. Gerardo le entrega un pendrive con la película Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera y bolsas con cabritas. Es para una función de cine budista, me explica.

Regresa a su silla, saca una bolsa y me ofrece plátanos confitados. Más allá, en una de las salas de la casona, un grupo de personas espera el inicio de la clase. Algunas observan la pared, otras el techo o el celular. Todas buscan, desde sus humanas contradicciones, alcanzar la tranquilidad. Ya son las siete de la tarde y la clase debe comenzar.

10 de junio del 2016

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