Me duele pensar en Valparaíso. El otoño avanza sobre nuestros calendarios y me cuesta imaginar el frío y la humedad traspasando las telas de las carpas y los sacos de dormir en lo alto de los cerros. La calidez de la solidaridad juvenil fue entorpecida por barreras de la burocracia política. El alcalde de Valparaíso llamó a que los jóvenes no ayudaran más y luego increpó a los pobladores por vivir en las quebradas. La autoridad central asignó a un "delegado presidencial" para la tragedia. Y la ayuda comienza a llegar después de varios días.
¿Por qué los ciudadanos fueron capaces de organizar una respuesta más rápida y organizada que la de las autoridades y las instituciones? ¿Por qué las autoridades trataron de frenar la ayuda?
El ritmo cancino de la administración pública pone paños fríos ante la emergencia. Los jóvenes, en cambio, sienten el sentido de lo urgente y toman sus propias medidas con independencia.
¿Cuanto habrá que esperar para que de esta nueva ciudadanía surjan personas que compitan con los integrantes de nuestra rancia clase política local?
Valparaíso merece autoridades que estén a la altura de las circunstancias y no meros administradores de la mediocridad. Castro terminó de sepultar en deudas al municipio y no hace más que llorar por recursos. Debiese aprender de los pobladores y estudiantes, que sin un peso en los bolsillos y sin permiso de nadie remueven escombros y vuelven a levantar la ciudad.
(Texto escrito a un mes del voraz incendio que afectó a la ciudad)
(Texto escrito a un mes del voraz incendio que afectó a la ciudad)
Valparaíso, Chile
25 de abril de 2014