Centro histórico de Lima |
Esta mañana partimos corriendo por el malecón de Miraflores hacia la Plaza de Los Enamorados, donde encontramos una gran estatua de una pareja, coronando un parque lleno de flores de colores y unas bancas con mosaicos, diseñadas con la misma forma del Park Guell de Gaudí en Barcelona y repleta de citas románticas.
Luego de desayunar partimos rumbo a la Plaza de Lima. El lugar asombra por su belleza atemporal. Si bien la catedral y el municipio rememoran una época tradicional, el color de sus fachadas y las maderas brillantes de sus balcones los mantienen como nuevos.
Tras pasear por la plaza y visitar la catedral más las catacumbas de la Iglesia San Francisco, paramos para darnos un merecido refrigerio en el Cordano, un restaurante fundado en 1904. Ahí pedimos pisco sour, causa limeña y chorizos con cebolla morada, los que a parte de picantes, estaban muy sabrosos.
Tras recuperar energía partimos caminando en busca del Mercado Central. A medida que nos alejamos de la Plaza de Armas las veredas se comenzaron a abarrotar de más y más gente.
Una vez en el mercado descubrimos una enorme estructura de cemento repleta de puestos que vendían las más variadas cosas: carnes, pollos, pescados, quesos, especias, frutas, verduras y platos preparados. Todo distribuido entre largos corredores y pequeños puestos donde se abarrotaban los productos.
Luego cruzamos la calle y atravesamos el umbral que llevaba al barrio chino, una locura de gente en todas direcciones, olor a incienso, música de dibujos animados y formas orientales en kioscos y tiendas.
Como si fuera poco, después caminamos desde la Plaza de Armas hasta la Plaza San Martín. Exhaustos y con los pies palpitando llegamos hasta un café con más de 50 años de historia, donde almorzamos un lomo salteado a la criolla que nos devolvió el alma al cuerpo.