Nuestro segundo día en Varadero nos dedicamos a nadar en la piscina, tomar sol y comer. El clima del Caribe todavía estaba medio revuelto. Después de almuerzo regresamos a la habitación y nos encontramos con un charco de agua bajo el WC. Puse un vaso bajo la gotera y llamamos a la recepción para que lo repararan.
Dormimos una siesta, cenamos, fuimos al show nocturno y esta vez sí nos quedamos a la fiesta, donde conocimos a una argentina y unos canadienses con los que bailamos un rato. Cuando regresamos a la habitación, el charco de agua casi llegaba a la puerta. Llamamos a la recepción y nadie respondió. Estaban saturados.
Macarena fue personalmente a la recepción. Al rato llegaron dos técnicos. Se pararon frente al WC, observaron la gotera y nos dijeron que no podían hacer nada. Se quedaron unos minutos más observando y llegaron a la misma conclusión: No tenían la llave requerida, no podían hacer nada.
Macarena regresó a la habitación y al rato apareció un representante del hotel con una mucama. El hombre se presentó, pidió disculpas por las molestias y le solicitó a la mucama que limpiara el baño. La mujer entró, se agachó y se acercó hasta al WC. Estiró su mano, giró la perilla y la gotera cesó.
"La dejé al medio, saldrá poca agua, pero ya no gotea". Nos largamos a reír. "Los técnicos decían que no podían repáralo porque les faltaba una llave". Una gran sonrisa se dibujó en el rostro de la mujer al tiempo que decía en tono resignado: "Cuba, cuuuuba..."
Salimos a la terraza, sentimos el aire tibio del Caribe y el sonido de las hojas de las palmeras. Sonreímos y brindamos. Nuestro resort a pesar del esfuerzo de sus administradores no podía abstraerse del ritmo cubano: alegre, burocrático y despreocupado. Por otra parte, nosotros no podíamos alejarnos de nuestra cultura acelerada y exigente. Y ahí estábamos disfrutando de un entorno maravilloso con un modelo de gestión hotelera de los años 70.
Una experiencia bella e inolvidable, mal que mal, estos hoteles son unos paraísos de lujo a los que muy pocos cubanos pueden acceder, mientras en sus casas se bañan con baldes de agua y viven con lo mínimo de lo que nosotros entendemos como acceso a bienes de consumo. Desde la mirada de los cubanos: ¿Qué más podríamos necesitar? En verdad, nada.
Hernán Castro Dávila
11 de febrero de 2016
Pucón, Chile
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