No me aguanté. Al cuarto día de nuestra estadía en Cancún tomé un tour a Chichén Itzá. Igual que hace dos años atrás, el paseo incluía una visita a Valladolid, una parada en el cenote sagrado y las ruinas de Chichén Itzá. Todo por 35 dólares, almuerzo incluido.
A las 07:30 de la mañana pasaron por mí al hotel, nos trasladaron a un centro comercial y ahí subimos al bus del tour. Como compañera de asiento me tocó una adorable señora jubilada de Estados Unidos y de origen ecuatoriano. El guía se llamaba Ulises y se ocupó de mantenernos despiertos durante una hora del viaje hablando de la cultura maya. Pasamos de Quinta Roo al estado de Yucatán.
Valladolid |
La siguiente parada fue para almorzar en un restaurante maya, ubicado camino a Chichen Itza. En los 20 minutos de espera para comer me tomé un agua de coco y una Corona con sal y ají que me sacó un par de lágrimas. En el mismo lugar había una tienda con artesanía mexicana de hermosa factura. El único problema es que lo precios estaban inflados. A pesar de esto, compré un cráneo de cerámica colorida por 100 pesos mexicanos.
Luego almorcé fajitas con arroz, cerdo, porotos negros y repollo. Más pollo, fideos y otra Corona. Con el estómago lleno ya estaba listo para volver a encontrarme con Chichén Itzá. Unos minutos más de trayecto y llegamos al principal objetivo de mi viaje.
Nos ordenamos detrás de otro guía, atravesamos la taquilla y nos internamos en el parque. Lo primero que vi fueron dos hileras de vendedores, unos árboles y, asomándose entre las ramas y las hojas, la hermosa pirámide de Kukulkan. De formas perfectas, la estructura se imponía al medio de la llanura. Nos ubicamos bajo la sombra de un árbol y el guía comenzó con las explicaciones.
La pirámide de Kukulkán, también conocida como El Castillo, fue construida entre el 1.000 y el 1.200 después de Cristo. En su periodo de apogeo fue la ciudad más poderosa de la península de Yucatán, llegando a controlar gran parte de la región a través de redes políticas y comerciales. El Castillo es el hogar de Kukulkán, la serpiente emplumada, la que cada equinoccio desciende desde la cima el templo gracias al efecto de las sombras y la disposición del sol.
El guía nos acompañó hasta la base de la pirámide y nos hizo aplaudir a todos al mismo tiempo. La respuesta inmediata fue el graznido de un ave que emergió desde la cabeza de la construcción.
El Castillo es la principal construcción de una ciudad con gran cantidad de edificaciones, las que fueron levantadas en distinto periodos de la historia maya. De hecho, la ocupación de Chichén Itzá se realizó entre el 495 y el 800 después de Cristo, periodo en el que predominaron los templos del estilo Puuc. Entre el 918 y 948 llegaron los itzales y entre el 800 y el 1.000 se construyeron los edificios Las Monjas y El Observatorio.
Complejo del Juego de la Pelota |
Dejamos atrás El Castillo y nos dirigimos al sector del Gran Juego de la Pelota, una gran cancha con dos muros de piedra a los costados donde se ubican dos aros, en los que los jugadores debían hacer entrar la pelota utilizando solo muñecas, codos y caderas. El guía continuó con sus explicaciones, pero a mí ya se me estaba haciendo tarde. Esta vez no quería dejar de visitar El Observatorio. Me alejé del grupo, crucé el campo de juego y continué el recorrido por mi cuenta.
Txompantli o Altar de los Cráneos |
Al salir del Gran Juego de la Pelota me encontré con el Tzompantli o Altar de los Cráneos, una construcción de piedra con figuras de calaveras humanas trazadas unas sobre otras y con una expresión marcada de rabia.
Plataforma de Águilas y Jaguares |
Plataforma de Águilas y Jaguares |
Casi al lado me topé con la Plataforma de Águilas y Jaguares, una estructura de piedra con cuatro escalinatas coronadas por el rostro de una serpiente y en cuyas paredes están talladas las figuras de águilas y jaguares devorando corazones humanos. Arriba de las piedras una cautivante iguana alzaba su cuello para captar la mayor cantidad de luz posible. Le tomé una foto y seguí mi camino.
Nuevamente pasé frente al Castillo y enfilé a paso rápido hacia El Observatorio. El camino de tierra estaba rodeado de árboles y vendedores adormecidos por el calor.
El Observatorio o El Caracol |
Caminando llegué hasta hasta El Osario o Tumba del Gran Sacerdote, pirámide de diez metros de altura. Tomé algunas fotografías y continué hasta encontrarme con El Observatorio o El Caracol, una sorprendente estructura de piedra muy parecida en su forma a los observatorios que hoy existen en el norte de Chile para observar las estrellas y el universo. Este edificio fue construido por los mayas para facilitar la observación del movimiento de los cuerpos celestes. Busqué una banca bajo la sombra de un árbol y me senté a observar esta maravillosa construcción.
Chad, Dios de la Lluvia |
Luego de unos minutos, me levanté y continué hasta una enorme pirámide llamada Casa de las Monjas y una construcción de tamaño más pequeño, pero decorada con figuras asombrosas: La Iglesia. En ella habían rostros de piedra con formas muy especiales, entre los que se distinguía Chaac, dios de la lluvia. Es relativamente fácil de identificar, ya que tiene una nariz larga y enrollada. Esta deidad se relaciona con la vida y la creación y es característica del estilo Puuc.
Por un momento pasee entre las columnas y las paredes de piedra, observando el detalle de las formas, tratando de aprehenderlas y guardarlas en mi memoria. El esfuerzo por comprender sería posterior, cuando siga leyendo sobre esta hermosa cultura y tenga la oportunidad de ir comparando los textos y registros históricos con mi propia experiencia y mis fotografías. Mi tiempo en Chichén Itzá estaba llegando a su fin. Debía regresar por el mismo camino hasta el punto de partida. Tomé lo que me quedaba de agua, me mojé la cara y volví a paso rápido entre ruinas, bosques y mayas. Se me había olvidado mencionarlo, pero los vendedores que acompañan nuestra visita, son en su mayoría descendientes directos de esta enigmática civilización.
Cenote Ik Kil |
La última parada de nuestro tour fue el Cenote Ik Kil, una extraordinaria formación natural bajo tierra y que consistía en una laguna dentro de un gran forado de piedra, a muchos metros de profundidad. Desde la superficie casi no se notaba, pero cuando uno se acercaba al borde de un jardín de plantas y árboles aparecía este enorme forado. Para llegar al nivel del agua debíamos descender por unas escalinatas que bordean las paredes del cenote. Si uno lo desea, se puede bañar. Claro que este no fue mi caso. Hice algunas fotografías y subí al café del lugar por una cerveza Sol. Necesitaba refrescarme y digerirme lentamente todas aquellas figuras de Chichén Itzá desde mi modernidad.
Estaba agotado, pero feliz. Estar en lugares como Chichén Itzá, Machu Picchu o Angkor Wat son experiencias maravillosas, imposibles de olvidar.
Hernán Castro Dávila
Valparaíso, Chile