miércoles, 8 de julio de 2015

Dos viajeros solitarios y una buena conversación

Cusco


Dejamos atrás la Iglesia de Santo Domingo, caminamos por avenida El Sol y subimos a la terraza del Hotel Plaza de Armas. Pedimos dos Cuzqueñas y seguimos conversando sobre Ecuador, Chile, Latinoamérica y los viajes.


Ella tenía 22 años, estudiaba derecho y colaboraba en el estudio jurídico de su papá. Su nombre era Rosibel, era la primera vez que viajaba sola fuera de su país y se le veía feliz. Fue imposible no recordar mi primer mochileo a los 16 años y lo reconfortante que es descubrir lugares nuevos.

Seguimos conversando sobre Latinoamérica, lo bien que lo ha hecho México y Perú para posicionarse como destinos turísticos y gastronómicos. Hablamos sobre la imagen país de Ecuador y, me terminó convenciendo, todos los atractivos turísticos que su país no sabía explotar.

Delante nuestro el sol se fue escondiendo y la Plaza de Armas de Cusco se fue llenando de familias y niños disfrazados por Halloween. Pequeños Superman, Batman y brujas corrían en todas direcciones. Me sorprendió la capacidad de los cusqueños para adaptar y hacer suyas nuevas tradiciones de manera colectiva. Como parte de la comparsa, un grupo de católicos protestaba en contra de esta fiesta maligna y demoniaca.

Dejamos la terraza y nos sumergimos en la fiesta pagana, ubicamos un pub que no cobraba entrada y pedimos dos pisco sour bajo unas telas de araña. Seguimos hablando, pero esta vez el diálogo giró hacia nuestras vidas, las experiencias fuertes que nos han marcado y cómo hemos luchado por superarlas. Hablamos sobre la amistad, el amor y los hijos.

Terminamos bailando. Rosibel me daba instrucciones para bailar que yo seguía de manera torpe. Ya estábamos cansados. Ella partía a la mañana siguiente rumbo a Aguas Calientes y yo tenía programado un tour al Valle Sagrado de los Incas. Cuando subió un grupo al escenario supimos que ya era hora de regresar a nuestros hoteles.

Las calles de Cusco seguían de fiesta, los niños fueron reemplazados por adolescentes disfrazados que circulaban entre las iglesias coloniales y las calles de trazado inca.

Nos despedimos y volvimos a nuestros itinerarios personales. Creo que no se lo dije, pero me hizo muy bien conversar con ella.

Mientras escribo estas líneas mi vuelo se aleja de Lima con rumbo a Santiago y es probable que Rosibel sonría luego de descender Machu Picchu, en algún hostal de Aguas Calientes.

Hernán Castro Dávila
2 de noviembre del 2014
Vuelo de Lima a Santiago