lunes, 10 de agosto de 2015

Hamburg



La primera vez que entré al Hamburg fue en compañía de mi abuelo y mi padre. Mi abuelo andaba en Valparaíso en busca de unos cuadros de Alfredo Helsby, visitando cementerios y buscando la hostoria de parientes perdidos en la historia de la ciudad.


La segunda vez, mi abuelo ya no estaba en este mundo. Yo venía caminando desde la Universidad de Playa Ancha. Pasé por el paseo 21 de Mayo y bajé por el Ascensor Artillería. Cerca de la Plaza Sotomayor me encontré con la esposa de mi tío Francisco Leyton, quien venía saliendo del Bar Inglés en compañía de un amigo. Emocionado por nuestro encuentro, me dio un gran abrazo e insistió para que lo acompaña a cenar al Hamburg.

Crudo, Hamburg, Valparaíso, Chile

El crudo (el mismo que comió mi padre en aquel almuerzo del 2002) acompañado de una cerveza negra Kushman, la calidez de las señoras que atienden el lugar, el silencio y la ausencia de turistas me encantaron. El Hamburg es un lugar a salvo del paso del tiempo y ojalá así se mantenga. La conversación con mi tío, su señora y sus amigos fluyo entre panes con pebre, cerveza y cortos de Araucano. Lo pasamos fantástico.

Desde aquella oportunidad, de vez en cuando, entro a este local repleto de objetos marinos y militares (salvavidas, banderas, redes, platos, tazones, cascos, balas, mascarones de proa y fotografías de barcos) y disfruto de la tranquilidad, la ambilidad de las señoras y el silencio.

Creo que el dueño, un ex marinero alemán, adora las fuerzas armadas, probablemente es pinochetista y, quizá, hasta nazi. Pero no importa. El gato blanco y gordo que merdodea entre las mesas y las balas de cañón le devuelve un toque hogareño a este búnker de recuerdos marinos. El sabor de la comida y la tranquilidad me hicieron olvidar ese detalle y disfrutar del lugar, enclavado fuera del tiempo, en pleno centro de la ciudad.

Hernán Castro Dávila
Valparaíso, Chile
23 de junio del 2014


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