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Íbamos hacia la parada de autobús cargados con bolsas repletas de recuerdos, luego de ir a los puestos de artesanías del centro de Cancún, cuando me encontré con un estrecho pasillo repleto de libros. Mientras la familia avanzaba lento, aletargada por el calor y las compras, no pude evitar ingresar a este espacio reducido y hojear algunos volúmenes amarillentos. Desde el techo llegaba una brisa tibia impulsada por los ventiladores, mientras la dependienta se mantenía distante, indiferente a mi presencia y la cámara fotográfica. Obturé rápidamente y seguí caminando rumbo al paradero.