Piso 9 de una de esas enormes torres que distorsionan los cerros de Valparaíso. 6 de la tarde. Macarena y Hernán acuerdan separarse. Afuera el sol ilumina él océano y al cerro Placeres. La tarde de ese domingo de abril es bella, pero muy triste.
De pronto se escucha el canto de un ave. Hernán y Macarena se observan: ¡Los aguiluchos! Hace un año una pareja de aves se posaba en el borde exterior de las ventanas. Ambos saltan de la cama y se dirigen a la pieza de invitados: Nada. Van a la pieza del escritorio: Nada. Otra vez se escucha el canto. "Es como un loro" dice Macarena. Caminan hasta el living y tras la mesa de centro se encuentran con una catita asustada.
Hernán cerró el acceso a la terraza y las puertas de las habitaciones.
Pequeña, de plumas verdes en el cuerpo y amarillas en el rostro, la catita daba saltos cortos tras la mesa de centro. Hernán con Macarena dejaron de discutir. Ella comenzó a ordenar su ropa. Él se quedó sentado en el sillón. La catita se posó en el brazo izquierdo del mueble y Hernán pudo tomarle una fotografía.
Macarena terminó de armar el bolso y se despidió. Con ella se fue un matrimonio de 7 años y una relación de 14. En el departamento quedaron la catita, un par de cactus y Hernán.
LAS ESCONDIDAS
Cuando uno se separa necesita moverse y hacer cosas. Esa mezcla de ansiedad y tristeza invita a la acción inmediata. Hernán verificó que las puertas de las piezas estuviesen cerradas, tomó su chaqueta y se fue a ver una obra de teatro a la Sala UPLA. La obra se basaba en textos de Shakespeare. Era un monólogo un tanto autorreferente y trágico.
Agotado por la discusión de la tarde y el monólogo teatral, Hernán abrió la cerradura, empujó la puerta y encendió la luz. El departamento estaba en silencio. De pronto, entre unas luces de colores que colgaban en la pared, pudo distinguir la figura verde de la catita. Fue imposible no sonreír, olvidar a Shakespeare y sacar una foto con el celular.
Cada noche, después del trabajo o el gimnasio, la catita aguardaba en un lugar distinto. Hernán abría la puerta, entraba y se ponía a buscar. Una noche estaba sobre las lámparas del comedor, otra sobre un artefacto de Chimbarongo para sostener botellas de vino (Aquella vez, Hernán la buscó por minutos y de pronto la catita se percató de su presencia y salió volando), en el paragüero o en un cuadro del Che Guevara.
Cada vez que Hernán la sorprendía en su nuevo refugio hogareño, sonreía y le tomaba una fotografía que luego compartía en las redes sociales. Los compañeros de trabajo y la familia comenzaron a preguntar por la catita, cómo había llegado y donde había la había encontrado ese día.
Lo que no aparecía en las fotos, era que la catita cagaba sobre lo que se apoyaba. Si era en las luces tailandesas, el sillón; si era la lámpara, el comedor; si era el che Guevara, el paragüero. Hernán cubrió el sillón con una sábana vieja y cerró todas las puertas de la casa para que la catita no se fuera a escapar ni cagara en otras partes del hogar.
Así pasaron los días.
EL ESCAPE
María Angélica, compañera de trabajo de Hernán e hija de un hombre aficionado a las aves, amablemente le prestó una pequeña jaula y un tarro con alpiste.
Para hacer las cosas de manera gradual, Hernán dejó la jaula con comida sobre la mesa de centro. De esta manera la catita se familiarizaría con el espacio y, quien sabe, quizá un día al llegar del trabajo la encontraría dentro de la jaula. Cosa que no sucedió.
Un día de esa semana Macarena fue al departamento para trabajar en el computador. En su tránsito por el hogar descubrió a la catita comiendo dentro de la jaula. Rápidamente cerró la puerta y dejó al ave dentro.
Inesperadamente, mientras escribía en el computador la catita apareció volando en el escritorio. No lo podía creer. Fue hasta el living, vio sobre la mesa y la jaula tenía la puerta cerrada, tal como ella la había dejado.
La catita siguió libre dentro de la casa.
MAGA
Ya era un hecho que la catita había elegido el departamento como su hogar. Lo que seguía era ponerle un nombre y comprarle una jaula más linda. El domingo Hernán fue a la feria de las pulgas, compró una jaula de dos niveles y piso verde, más una mezcla de comida especial para catitas que contiene alpiste y avena.
El miércoles 3 de mayo fue su cumpleaños. En un gesto amable, pero extraño, Macarena lo invitó a cenar. La comida estuvo deliciosa, pero muy triste. El diálogo confirmaba que sus vidas iban por caminos distintos.
De regreso en casa y envalentonado por el pisco sour Hernán decidió que era tiempo de poner las cosas en su lugar. Abrió la puerta y vio a la catita sobre el paragüero. Intentó tomarla con las manos y ella voló bajo la mesa del comedor. A paso lento se acercó hasta que ella voló nuevamente. Pero está vez fue más rápido y la atrapó en el aire con sus manos. Revoloteó un poco y la dejó suavemente dentro de su nueva jaula.
Al día siguiente tomó la jaula y la ubicó a un costado de la ventana que da hacia plaza La Conquista. La catita estaba en su nuevo hogar y ya tenía un nombre para ella. Por lo inusual de su llegada, su habilidad para escapar y en honor a Cortazar, le pondría Maga.
UN NUEVO AIRE
Cada mañana Hernán limpia la jaula, cambia el agua y rellena el tiesto con comida para la Maga. Por la noche la cubre con una toalla. De vez en cuando le habla para que ella no se sienta sola. Los fines de semana escucha el canto de Maga mientras ordena la casa, cocina o escribe en el computador. Si el día está lindo, toma la jaula y deja a la catita observando el mar.
Así van pasando los días en el piso 9 de este edificio en el cerro Placeres. Han sido tiempos difíciles. Pero la tristeza es un estado transitorio. Él lo sabe y la catita se lo recuerda cada vez que le roba una sonrisa.
6 de junio del 2016