Desde el
Wat Pho partimos caminando hacia el
Gran Palacio. Para llegar hasta la entrada tuvimos que bordear uno de sus costados y caminar a lo largo de una feria de antigüedades. En el trayecto aprovechamos de comprar una par de bolsas con mango para hidratarnos. Más de una vez nos detuvieron para decirnos que el palacio estaba cerrado, pero como ya estábamos al tanto de esta forma de timo, seguimos caminando como si nada.
Una vez dentro del recinto amurallado, partimos nuestro recorrido por el maravilloso
Wat Phra Kaew, un fastuoso conjunto de templos y
chedis, custodiados por guardianes gigantes en cada una de sus entradas. En el centro, se alzaban tres construcciones grandiosas:
Phra Siratana Chedi,
Phra Mondop y
Prasat Phra Monthian Dharma. La primera era un enorme
chedi dorado; la segunda correspondía a una bóveda alargada, rodeada de pilares delgados y adornada con mosaicos dorados; mientras que la tercera era una templo, en cuyo centro emergía una estructura piramidal que se proyectaba hacia el cielo. Estas tres construcciones estaban juntas y sus cúpulas se podían observar desde fuera del
Gran Palacio.
Frente a este conjunto arquitectónico se alzaba el
Templo del Buda Esmeralda, una bella construcción rodeada por pequeñas figuras protectoras de color dorado y mosaicos con espejos de colores. Dentro de este edificio, sobre un cúmulo de figuras, descansaba el Buda más venerado de Tailandia: el Buda Esmeralda. Esta pieza fue descubierta en
Chang Rai, raptada por los laosianos y posteriormente recuperada por los tailandeses. Hasta este lugar llegan los fieles y le rinden respeto a Buda a través de oraciones y reverencias, así como encendiendo velas e inciensos.
Luego de sentarnos en silencio ante el
Buda Esmeralda y dar un último recorrido entre los templos, enfilamos hacia el
Chakri Maha Prasat Hall, lugar que fuera residencia real por muchos años y que aún se utiliza para ceremonias oficiales. El techo de este edificio tiene una arquitectura similar a los templos, pero su cuerpo es de forma europea, plasmando una mezcla entre tradición tailandesa y modernidad occidental.
Agotados de tanto trajín fuimos hasta las cercanías de la parada
Tha Chang, a un costado del río
, y pedimos un par de platos de comida tailandesa en un restaurante callejero. La cerveza y los fideos de arroz salteados con camarones, poco a poco nos devolvieron el alma al cuerpo.