Estoy exhausto. Los pies me laten y las piernas me duelen. Ahora estoy en el Restaurante Montemar, a una cuadra de la Plaza de La Ligua, esperando una vienesa italiana mientras bebo una cerveza y escribo estas líneas.
Mi cansancio es producto de una tarde de fervor religioso en la localidad de Placilla, un pequeño pueblo que colinda con La Ligua.
Una vez al año sus habitantes realizan una procesión en honor a la Virgen del Carmen. El evento dura todo el día y revoluciona al pequeño poblado, el que de un momento a otro se llena de personas provenientes de diversos lugares de la región.
Entre los visitantes hay grupos de baile chino, gitano e indio; vendedores de todo tipo (ropa, herramientas, mascotas, juguetes y comida) y mucha, pero mucha gente.
Esa mezcla de fe, bailes de ritmos norteños, vestimentas de colores y comercio popular vuelven muy atractiva esta festividad; donde dejamos los pies caminando y sacando fotografías.
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