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viernes, 17 de agosto de 2012
Una isla llamada Egina
Tras una hora de viaje desembarcamos en Egina. Como en una postal, el cielo estaba celeste, el mar quieto y las casas desplegando sus colores a lo largo de la bahía, llena de botes pintados en tonos blancos y azules, como la iglesia que descansaba sobre el puerto. Al lado de la pequeña construcción religiosa, una señora de canas, vestido café y rostro curtido por el tiempo, sacaba desde las red unos pulpos y los depositaba sobre las rocas.
Nuestros pies tocaron tierra firme y nuestras bocas dibujaron sendas sonrisas. Estábamos ahí, dentro de la postal griega, respirando paz y armonía bajo un suave sol invernal. No podíamos creerlo.
A poco andar por la bahía nos encontramos con tres griegos que conversaban animadamente. Uno de ellos nos saludó y preguntó de donde veníamos. Con mi rudimentario inglés le dije que veníamos de Chile. El hombre esbozó una sonrisa y exclamó: "¡Ah! Salvador Allende... Presidente de Chile y muy buen escritor... amigo de Pablo Neruda". Por un momento me sentí orgulloso. Era la primera referencia hacia nuestro país que iba más atrás en la historia que los mineros, el terremoto y Zamorano.
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