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lunes, 2 de octubre de 2017

Mi reencuentro con los Mil Tambores


Después de varios años de pensarlo me decidí, tomé mi cámara y me fui en micro hasta los Mil Tambores. Me bajé en Aduana y me sumergí en un mar de gente. Muchos bebían cerveza, sí, pero no estaban borrachos. Había familias, niños y un público mayoritariamente joven. El ambiente era festivo.
Mil Tambores

Mil Tambores

Mil Tambores

Las murgas avanzaban alegres por avenida Altamirano. Creo que en el trayecto me encontré con una sola chica con el cuerpo pintado. El resto de los bailarines iban maquillados y con ropa. La mayoría aludía a motivos latinoamericanos en sus vestimentas.

No faltaron el par de despistados orinando en la vía pública cuando habían baños habilitados en todo el trayecto. También me encontré con cinco chicos de vestimenta punk durmiendo la mona junto a una baranda. Pero no más que eso.

Mil Tambores

Mil Tambores

Mil Tambores

La gran mayoría disfrutaba del espectáculo de baile y murgas protagonizado por compañías provenientes de diversas partes de Chile y compuestas, en su mayoría, por jóvenes. Insisto, no estaban borrachos ni en pelotas. Simplemente querían bailar y transmitir su alegría en esta fiesta.

Evidentemente lo basureros no daban a basto, tampoco lo hacían las bolsas de basura llenas que colgaban a sus costados. Si este año se agregaron baños químicos, el próximo deberían sumar grandes receptáculos para la basura.

Mil Tambores

Mil Tambores

Mil Tambores

Sin ser un fanático de estos eventos masivos, creo que pude vivenciar la cara positiva de Los Mil Tambores. Más cuando este año hubo una mayor cuota de planificación y control para evitar que el descontrol se adueñe de una ciudad tan delicada como lo es Valparaíso. Esto último no por un tema moral, sino por una sana convivencia que es necesaria preservar entre todos quienes habitamos la ciudad y aquellos que vienen a visitarnos.

Hernán Castro Dávila
Valparaíso, Chile