La fotografía, como la meditación o las caminatas, tiene el don mágico de abstraerme del pasado y del futuro para conectarme con el presente. No importa si voy apurado de un trabajo a otro, si estoy circulando en una calle del barrio en el que vivo hace más de diez años o en un pasaje recóndito de un país lejano. De pronto el cielo, el color de las casas y la humedad pueden volver un lugar común en el escenario de una obra magnífica que me atrapa por un segundo y, que si tengo suerte, logro capturar con un disparo desde el celular. Así me sucedió una mañana de agosto minutos antes de tomar la micro en Plaza de la Conquista rumbo a la universidad.
Hernán Castro Dávila
13 de septiembre del 2017
Viña del Mar, Chile