Mi buen amigo Esteban estaba al tanto de mi afición reciente por el trekking. El mismo día que llegué a Valdivia me propuso ir hasta el Parque Futangue. Como este se ubica a un costado del Lago Ranco, aproximadamente a dos horas de Valdivia, sólo podíamos realizar el paseo el domingo, día libre de Esteban. El único problema era que había pronosticada lluvia para viernes, sábado y domingo. En nuestra buena fe esperábamos que el pronóstico cambiara o, simplemente, subir la montaña con lluvia.
Llegó el domingo y el pronóstico no cambió. Preparamos las mochilas, tomamos desayuno y partimos en la camioneta de Esteban en medio de una fuerte lluvia. Seguimos la ruta que un compañero de trabajo le dibujó en una hoja. Seguimos conversando de la vida mientras avanzábamos entre plantaciones de trigo y maíz, atravesábamos ríos y paulatinamente nos internábamos en el bosque cercano al lago Ranco.
Tras dos horas de circular bajo la lluvia llegamos hasta la entrada oriente del Parque Futangue. No habían más autos y la lluvia no arreciaba. Bajamos del auto y apareció un joven corriendo. Abrió la puerta de la recepción y nos hizo pasar. Delante de una gran foto en blanco y negro nos explicó la ruta que íbamos a seguir. Nos recomendó que una vez que atravesáramos el sendero sobre lava volcánica hasta un pequeño bosque evitemos seguir adelante, ya que no estaríamos protegidos por los árboles y quedaríamos a merced de los rayos. Asentimos, pagamos los 10.000 pesos de entrada y firmamos una liberación de responsabilidad del parque en caso de que nos sucediera una desgracia.
La lluvia estaba lejos de arreciar. Nos internamos con la camioneta hacia el estacionamiento del parque. Esteban detuvo el vehículo y en medio de la lluvia distinguí la silueta de un animal pequeño, de patas cortas y cabeza erguida. Le dije a Esteban que mirara... "¡Un pudú concha de tu madre! ¡Un pudo!". Desde el otro lado del vidrio empañado el pequeño animal nos observaba. Esteban aceleró para estacionar el auto y el pudú dio dos saltos para perderse en el bosque.
Ya estábamos ahí. Ahora nos quedaba prepararnos para la caminata bajo la lluvia. Me saqué el polerón, los pantalones y me acomodé la chaqueta impermeable. Guardé la cámara en una bolsa de plástico. En otra bolsa guardé el polerón y el pantalón. Nos bajamos del vehículo y comenzamos a caminar bajo la lluvia.
No alcanzamos a avanzar unos metros cuando apareció una camioneta roja que se detuvo. El copiloto bajó la ventana y ofreció llevarnos hasta el refugio, un par de kilómetros más arriba. Ellos eran los guardaparques. Tres jóvenes cuyas edades debían estar entre los 20 y 30 años. Éramos los primeros visitantes del día. Y quizá los únicos.
Con el aventón ahorramos una hora de caminata bajo la lluvia. Una vez en el refugio, tomamos nuestras mochilas y comenzamos a caminar por un sendero de tierra. A los pocos minutos nos encontramos con la laguna cubierta por un manto de niebla a través del cual se podían distinguir varias caídas de agua desde los cerros que nos rodeaban. Era una lástima no poder sacar fotografías por la lluvia.
No alcanzamos a avanzar mucho más cuando desde la vegetación saltó un pudú a menos de tres metros de nosotros, se detuvo, nos observó y luego volvió a perderse en el bosque. No podíamos creerlo. A menos de veinte minutos de nuestra partida ya estábamos empapados. La parca de Esteban ya estaba pasada de agua. La mía todavía no, pero en mis zapatos ya podía sentir el agua entre los dedos de los pies.
Continuamos bordando el lago y disfrutando del paisaje bajo la lluvia. El frío y la humedad era un aliciente para caminar rápido. En el trayecto tuvimos que sortear algunos charcos de agua. Hasta que nos encontramos con una caída de agua que daba de lleno al sendero, transformándolo en una gran poza. Esteban se encaramó por el costado del camino, entre unos cardos logró avanzar unos cinco metros hasta el otro lado del tramo anegado. A estas alturas, con los pies mojados, no lo pensé demasiado y me metí al agua. El líquido me cubrió hasta algo más abajo de las rodillas. Habíamos pasado a otro nivel de nuestra aventura y estaba bien. El frescor de la lluvia, los pudúes y lo hermoso del paisaje eran un aliciente para seguir avanzando.
De pronto comenzamos a alejarnos del lago y adentrarnos en el bosque. Bajo nuestros pies las hojas de los árboles nos daban estabilidad para no resfalar. La pendiente se incrementó. A medida que la respiración se aceleraba y el corazón latía más fuerte, la sensación de frío fue desapareciendo de mi cuerpo.
Luego de caminar un par de kilómetros en subida, nos detuvimos en un mirador desde donde se podía apreciar tras la neblina hermosas caídas de agua. Recuperamos el aliento y comimos una barra energética. Cuando estábamos en plena contemplación sentimos un estrépito: Un crujido precedió al golpe seco de un tronco cerca de nosotros. El ruido nos tomó por sorpresa. Ya estábamos empezando a enfriarnos, así que optamos por seguir nuestro camino montaña arriba.
Ya llevábamos más de dos horas caminando bajo la lluvia cuando llegamos al final del bosque y nos asomamos a la interperie. Bajo nuestro pies se extendía un manto de piedra volcánica salpicado de algunos arbustos. Sobre nosotros las nubes continuaban descargando la lluvia, pero ahora lo hacían de forma horizontal. Si alguna parte de nuestro cuerpo permanecía seca, dejó de estarlo a los 5 minutos de caminata sobre la lava petrificada. La sensación de contacto con la naturaleza era total. Estábamos rodeados de energía natural en movimiento.
Sólo nos quedaba reír y seguir avanzando cerro arriba. En eso estábamos cuando sentimos el sonido abrumador del agua golpeando contra las rocas. Levantamos la mirada y nada. Seguimos avanzando y nos encontramos con una quebrada y un enorme brazo de agua que volaba por el aire y caía furioso sobre la corriente. Era increíble. A lo lejos, en medio de la niebla se alcanzaban a distinguir más caídas de agua. El espectáculo era imponente.
Seguimos ascendiendo y llegamos a un pequeño bosque. Recuperamos algo de fuerza. Comimos un par de barras energéticas y nos asomamos hacia dónde continuaba el sendero. Ya habíamos completado tres horas de caminata y más de 10 kilómetros de recorrido. Más allá del bosque quedábamos demasiado a la interperie y existía el riesgo de que nos cayera un rayo. Al par de minutos detenidos comenzamos a enfriarnos. Era el momento de bajar.
Comenzamos a descender y no dejábamos de sonreír. Era la naturaleza y nosotros. La sensación de libertad era total.
Volvimos a internarnos al bosque. No caminamos más de treinta minutos cuando sentimos el ruido de un motor que se acercaba a lo lejos. "Vienen a buscarnos" dijo Esteban. En un momento llegaron dos de los guardaparques montados sobre una cuadrimoto: "¿Cómo va todo?" nos preguntaron. "De maravilla" respondimos nosotros.
Los dos jóvenes sonrieron y nos miraron: "Vinimos a buscarlos. El lago subió y el sendero de cortó. Pronto ya no será posible transitar por él. ¿Les parece si bajan con nosotros?". Asentimos. Uno de los guardaparques debió quedarse en el lugar. Nos montamos sobre los fierros para carga, nos sujetamos con fuerza y partimos montaña abajo.
Bajamos a toda velocidad por el camino de barro. En las curvas pegaba mis piernas al vehículo para mantener la estabilidad al tiempo que me afirmaba de los fierros con las manos. Cuando el vehículo saltaba amortiguan el golpe haciendo fuerza con los brazos. Por suerte para mí, el lado al que iba no daba al cerro. Este no era el caso de Esteban, a quien el pasto alto y las ramas de los árboles le golpeaban la cara de manera frecuente. Todo esto bajo la lluvia incesante. A estas alturas rogaba porque la bolsa dentro de mi mochila mantuviera la cámara seca, sobretodo cuando sentía cómo el barro salpicaba mi espalda.
En algo menos de media hora llegamos hasta el borde del lago. Y claro, tal como nos habían dicho, ya no había camino. El tipo que conducía bajó la velocidad y luego aceleró hacia el agua. Levantamos las piernas y la cuadrimoto se cubrió de líquido hasta la mitad. Empapados nos aferramos a los fierros y sentimos como el vehículo por algunos segundos flotó. El chofer aceleró, la rueda rosó el piso y salimos del agua.
Ya sobre tierra frenó y nos miró. "¡No topamos fondo!", nos dijo. Todos reímos aliviados. Habíamos llegado a destino. El chico regresó en busca de su compañero y nosotros caminos al refugio. Ahí nos esperaba como la guardaparque: Nos tenía café, galletas y la chimenea prendida. Es increíble cómo en situaciones extremas las cosas más simples adquieren un valor extraordinario. A los minutos llegaron los dos guardaparques.
Pasamos el frío junto al fuego. Bebimos café y comimos un sándwich. "Pensamos que regresarían cuando se encontraran con el camino cortado. Cuando pasó más de una hora dijimos 'los huevones motivados'". Todos reímos.
Esperamos un momento y los mismos muchachos nos fueron a dejar en vehículo hasta el estacionamiento. Nos cambiamos de ropa en la camioneta y emprendimos el regreso a Valdivia. La aventura había terminado.
Hernán Castro Dávila
25 de marzo del 2017
Viña del Mar, Chile
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