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lunes, 21 de marzo de 2016

La primera lluvia en Maitencillo


En algún diario leí que la región de Valparaíso estaba dejando de tener un clima mediterráneo y cada vez adquiría más características de una zona semidesértica. Ya estábamos en julio y predominaban los días de cielo despejado. Hasta que a mediados de mes anunciaron la primera lluvia, con temporal incluido y alerta amarilla.

Justo para ese fin de semana habíamos planificado un viaje a Maitencillo. El viernes al atardecer dejamos Valparaíso y partimos rumbo al balneario. Íbamos Macarena, Karem, Daniela y yo.

Llegamos de noche, descargamos el equipaje y nos instalamos en la cabaña. Al rato de estar conversando se produjo un agradable silencio: Estábamos lejos de nuestro hogar y el trabajo, cerca del mar y en una cabaña solitaria. Entonces sacamos las cartas, abrimos unas cervezas y nos pusimos a jugar carioca. Nos dejamos llevar por la combinación de tríos y escalas. Afuera reinaba la oscuridad y el sonido lejano de las olas. Esta posibilidad de abstracción compartida en el juego y la tranquilidad de Maitencillo era un regalo que  disfrutábamos entre risas y el intento por ganar la partida.
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Trotando por Maitencillo
La mañana siguiente desperté temprano, desayunamos y me fui a trotar. Al salir de la cabaña respiré profundo y sentí el aire fresco. Partí caminando hasta que llegué a la playa solitaria. El cielo estaba cubierto y las olas extendían su espuma sobre la arena, donde algunas gaviotas caminaban en grupo. En los audífonos sonaba mi playlist para trotar suave. Las zapatillas se hundían en la arena y el ritmo se volvía más lento, pero estaba bien. A medida que avanzaba mi cuerpo entraba en calor y los pensamientos pasaban sin detenerme en ellos.

Trotar al aire libre es una de mis actividades favoritas. El ritmo de la carrera, los latidos del corazón, la respiración agitada, el aire fresco y el paisaje abierto. Todo se fusiona y el cuerpo se libera de toxinas, estrés y calorías, al tiempo que las endorfinas realizan su trabajo y te hacen sentir como nuevo.

Maitencillo estaba casi vacío. Las casas permanecían tranquilas y silenciosas. En las colinas se levantaban lujosos condominios de color blanco, rememorando las casas de las islas griegas, pero en Chile.
Maitencillo
Maitencillo

Maitencillo
Maitencillo

Maitencillo
Maitencillo
De regreso en la cabaña me di una ducha y salimos a pasear por el pueblo. Repetimos la ruta del trote a paso lento. Cámara en mano, cada tanto me detenía para hacer algunas fotografías. El cielo seguía nublado, pero no había nada de lluvia todavía. Paseamos por la plaza y la caleta, para terminar almorzando en el restaurante Puntamai. Comimos, bebimos y conversamos hasta que nos dio una modorra que nos adormiló.

Volvimos caminando a la cabaña. La misma distancia se nos hizo más larga. Al final del camino nos esperaba la habitación, donde caería rendido en dulce sueño.

Cuando despertamos de la siesta ya era de noche. Nos sentamos y continuamos con los juegos de mesa: dominó y uno. Así estuvimos hasta la madrugada, cuando una ráfaga anunció la cercanía de la tormenta.

Había sido una buena jornada. A medida que envejecemos las cosas simples se vuelven más atractivas. El paisaje nublado, el juego de cartas, la conversación, el trote, la buena comida, la caminata y otra vez la conversación. En la madrugada, cuando la lluvia golpeaba la ventana y mi cabeza reposaba contra la almohada, la sensación era plena.

Maitencillo
Yo, Macarena, Karem y Daniela


14 de julio del 2015
Valparaíso, Chile

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