A lo lejos sentí los pasos de un grupo de turistas y algunas palabras en inglés. Abrí los ojos y estábamos donde mismo. Macarena despertó lentamente, nos levantamos de la banca y nos alejamos de la Plaza Zabala. El Barrio Viejo estaba tranquilo y soleado. Anduvimos un poco y nos sentamos en el Café Copacabana. Pedí un cortado y Macarena un jugo de naranja.
La Rambla |
La Rambla |
Ya bien despiertos enfilamos hacia la Rambla de Montevideo, un largo paseo que bordea el río de la Plata. En el camino nos encontramos con muchos uruguayos disfrutando de la tarde de sábado otoñal, con sabor a primavera. Hombres pescando, jóvenes bebiendo mate, agua o cerveza, niños y niñas andando en bicicleta. Gente conversando, gente saludándose, gente que se veía feliz y reposada. No sé si es el acento, el aire húmedo, el mate o la marihuana, pero en esta ciudad se respira una cordialidad poco vista en urbes grandes y modernas.
Cada cierto tramo nos sentábamos a observar el horizonte en su transición de azul a burdeo y, finalmente, negro. Los pies me palpitaban y las piernas me tiritaban. Sentía una gran sed. Pero todas estas sensaciones eran aplacadas por el placer de caminar en un lugar donde nunca antes había estado, disfrutando de la brisa fresca y el paisaje inmenso. A esta sensación de plenitud y libertad no hay dolor de pies que la empañe.
Finalmente anocheció. Nos alejamos de la Rambla y regresamos caminando al hostal. Antes de llegar pasamos por una panadería y compramos unos kitches y ensaladas. Cenamos en la habitación y lentamente nos dejamos llevar otra vez por el sueño.
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Montevideo, Uruguay
17 de mayo de 2015