- Buenas tardes ¿Ya lo atendieron?
- No, gracias.
- ¿Qué desea?
- Mm... Quiero un cuarto de maní sin sal, un cuarto de almendras, un cuarto de pasas...
- ¿De cóctel?
- La más pequeña. Y un cuarto de nueces.
- ¿Algo más?
- Medio kilo de azúcar rubia y la oferta de los tres tarros de atún.
Sobre el mesón se acumulan los pequeños paquetes de papel kraft atados con cuerdas blancas, justo al lado de unas antiguas balanzas. Atrás se levantan grandes repisas de madera que contienen latas de conserva, cereales y en la parte inferior cajones de vidrio con frutos secos. En el aire hay una mezcla de olor a canela, con pimienta y ají color. El empleado de cotona azul me observa.
- Eso es todo.
De su bolsillo saca un bolígrafo bic, toma un trozo de papel y anota una suma. Me extiende la mano y tomo el papel. Camino hasta la caja. Una mujer de lentes me observa desde el otro lado del vidrio. Nos saludamos. Cuento los billetes y pago. La mujer me da el vuelto y una boleta que dice Gran Bodega Pedro Montt.
Regreso al mesón donde el empleado me espera con una bolsa. Le muestro la boleta y me entrega la bolsa.
- Hasta pronto.
- Gracias, que esté bien.
Camino hasta la puerta y siento un nudo en la garganta. Atrás quedan los dependientes, los anaqueles, las pesas antiguas y el papel kraft. En la vitrina, delante de la mercadería ordenada como antaño, un frío papel anuncia el cierre de la bodega por nuevo giro.
Emporio Bacigalupo |
Camino hasta la puerta y siento un nudo en la garganta. Atrás quedan los dependientes, los anaqueles, las pesas antiguas y el papel kraft. En la vitrina, delante de la mercadería ordenada como antaño, un frío papel anuncia el cierre de la bodega por nuevo giro.
Hernán Castro Dávila
Valparaíso, Chile
22 de septiembre de 2015
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