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martes, 2 de junio de 2015

La muerte de Pagano (Donde lo conocimos)

La diva 1
La Diva de Pagano
Era una ruta que hacíamos cada vez con menos frecuencia, pero cuyo resultado era infalible si queríamos disfrutar de un ambiente distendido bajo bolas de espejos y luces de colores, ver la gente pasar y besarse, sin importar si eran hombres o mujeres y, donde a mitad de la fiesta podía irrumpir un travesti sobre la barra bailando como Madonna. Similar el cine en las grandes ciudades o las playas en Viña del Mar y Valparaíso. Puede ser que no vayas casi nunca, pero sabes que estos espacios están ahí. Con Pagano pasaba lo mismo. Hasta que un día hicimos la ruta a pie desde la plaza Aníbal Pinto, caminamos por Esmeralda, atravesamos la plaza  Sotomayor, pasamos por fuera del Playa, doblamos una cuadra antes de plaza Echaurren, llegamos a la esquina y ya no estaba. El cartel había sido retirado. Solo quedaba la cortina metálica cerrada y un aviso de patente de bar descascarándose.

No podíamos creerlo. Las luces de los colectivos iluminaban la fachada vacía, la cortina cerrada.

Pagano era una síntesis del desorden y la euforia que puede contener una ciudad portuaria y abierta al mundo. Desafió la paquetería del Chile de principios del siglo XXI y se instaló como un espacio de libertad y desenfreno a precios módicos y con funcionamiento de lunes a domingo.

Unos amigos lo descubrieron una noche de carrete en el barrio puerto. Entraron y se encontraron con dos mujeres bailando y besando a su acompañante, luces de colores y música de los 80. Pasaron el dato y cada jueves de regada conversa terminábamos dando vueltas en Pagano. No sé muy bien lo que buscábamos, pero era un buen lugar para dejarse llevar por esa efervescencia de los veinte años, cuando descubríamos que un mundo de abría ante nosotros y no hallábamos cómo tomarlo. Entonces lo conversábamos hasta la madrugada y luego lo veíamos pasar distorsionado por la cerveza, el ron Mitjans y las luces de colores.

Los años no pasaron en vano. El mundo nos engulló y la adultez nos volvió más humildes y resignados. Las noches de las largas conversaciones fueron reemplazadas por trotes en la playa e idas al gimnasio. Nuestras escasas conversaciones ya no se referían a cómo cambiar el mundo, sino a cómo nosotros nos movíamos dentro del mundo: trabajo, cansancio, hijos, dolores musculares, primeras canas. Por supuesto la risa sarcástica no faltaba. Pero sólo era un eco lejano de esa risa segura de sí de hace quince años atrás. De la misma manera, las visitas al Pagano se fueron volviendo esporádicas. La efervescencia dio paso al paseo poco entusiasmado. De pronto la gente se veía muy joven, el licor ya no prendía como antes y tampoco estábamos para eso.

Y fue en estos reencuentros esporádicos que desapareció. Como una etapa de nuestra vida que ya no está. Que se fue para siempre, sin aviso, en el tránsito imperceptible del día a día transformado en años. Pero que es la base de lo que somos hoy.

(La misma noche que escribí esta nota Macarena me comentó que Pagano estaba en otro lugar de la ciudad. Algún día fuimos, pero como imaginarán, ya no era lo mismo).

Valparaíso, Chile
26 de enero del 2015