Bar Cinzano |
Entrar al Cinzano es cruzar un umbral. Dentro aguarda una barra larga, detrás de la cual descansan dos refrigeradores antiquísimos e hileras interminables de botellas, algunas abiertas, algunas nuevas y otras olvidadas bajo el polvo. Al frente se eleva el nivel del local, tras una pequeña baranda se ubican las mesas donde los clientes saborean chorrillanas, machas a la parmesana o pastel de jaiva, acompañado de ponche o borgoña.
Entre las mesas pasan parsimoniosos y amables los mozos. De ritmo pausado, con su impecable camisa blanca, se encargan de ir y venir con los pedidos.
Delante de los comensales un hombre toca el órgano, otro el bajo y una mujer canta tangos. Los fines de semana el local se llena y predominan los turistas. Durante la semana los porteños recuperan el espacio y el Cinzano vuelve a la tranquilidad de un viejo bar, un oasis en medio de la modernidad.