A punto de escribir |
En una de sus novelas, Ernesto Sábato cuenta el gran trabajo que le significaba encontrar una libreta que cumpliera con el tamaño y las características necesarias para poder escribir. Usualmente entraba a una librería, le explicaba al vendedor lo que necesitaba y finalmente compraba una libreta cualquiera, que no lo dejaba para nada satisfecho. Hace casi una década atrás esta anécdota me hizo mucho reír. Pensé que Sábato era un obsesivo, pero hoy le encuentro toda la razón.
Sentarse en algún café, pedir un cortado y suspirar luego de un día de trabajo; despertar con el sabor del café y alguna masa dulce. Sentir la necesidad de escribir y realizar el acto de sacar una pequeña libreta, abrirla sobre la mesa y posar sobre ella un lápiz de tinta negra... Hace diez años me parecía absurdo, pero hoy me parece una acción necesaria. Un paréntesis entre los computadores y los teléfonos con los que interactúo todo el día.
No hay nada como el silencio y el agradable vacío que se produce entre la pluma y el papel. Una hoja blanca que cede al ritmo de la mano y las ideas.
Puede sonar caprichoso, pero desde que descubrí mi libreta, mi lápiz y la mesa de algún café o la terraza de nuestro departamento, la escritura simplemente fluye, como un acto casi terapéutico, ya que me permite viajar, recordar y reflexionar en silencio. Y eso, en el mundo que vivimos, no tiene precio.