Isla Namcat |
A la hora acordada el barco se asomó en el borde de la isla Namcat, apareció el guía y nos invitó a subir. Con nuestras mochilas en la espalda saltamos desde el pequeño muelle a un primer barco, lo atravesamos, saltamos por segunda vez y llegamos a la embarcación en la que regresaríamos.
Dentro de la nave estaba Vicky y su amiga, esperando sonrientes, el guía, el capitán y nosotros. La mañana estaba muy fría. La neblina casi no dejaba ver los islotes y el mar estaba un tanto agitado, balanceando la embarcación. El paisaje era muy bello, pero el frío nos calaba los huesos. Tras una hora de navegación pedimos dos tés para entrar en calor, mientras afuera comenzaba a lloviznar.
Cuando estábamos a solo diez minutos de llegar a Cristina Cruice llegó una lancha a motor junto a nuestra embarcación. De ella salió un oficial de policía y tres personas más. Saltaron hasta nuestro barco, caminaron por la cubierta y entraron al salón. Con un tono de voz elevado y en un idioma ininteligible para nosotros, el policia le solicitó algo al capitán, quien con lo ojos llorosos y el rostro compungido bajó el rostro mientras el policía le gritaba. Al mismo tiempo los acompañantes se sentaron, sacaron un cúmulo de papeles y se pusieron a escribir.
Dentro de la nave estaba Vicky y su amiga, esperando sonrientes, el guía, el capitán y nosotros. La mañana estaba muy fría. La neblina casi no dejaba ver los islotes y el mar estaba un tanto agitado, balanceando la embarcación. El paisaje era muy bello, pero el frío nos calaba los huesos. Tras una hora de navegación pedimos dos tés para entrar en calor, mientras afuera comenzaba a lloviznar.
Cuando estábamos a solo diez minutos de llegar a Cristina Cruice llegó una lancha a motor junto a nuestra embarcación. De ella salió un oficial de policía y tres personas más. Saltaron hasta nuestro barco, caminaron por la cubierta y entraron al salón. Con un tono de voz elevado y en un idioma ininteligible para nosotros, el policia le solicitó algo al capitán, quien con lo ojos llorosos y el rostro compungido bajó el rostro mientras el policía le gritaba. Al mismo tiempo los acompañantes se sentaron, sacaron un cúmulo de papeles y se pusieron a escribir.
La embarcación se detuvo a la mitad de la bahía de Halong.
No podíamos creer lo que estábamos viendo. El policía de impecable tenida uniformada, con gorra militar incluida, se asomó a la proa y encendió un cigarrillo. Dentro los funcionarios seguían escribiendo, mientras nuestro guía hacía nerviosas llamadas por teléfono.
Las norteamericanas como si nada ocurriera nos preguntaron por el baile nacional de Chile. Entonces, mientras la policía y los funcionarios hacían lo suyo, las dos amigas practicaban sus primeros pasos de cueca junto a Macarena.
De pronto, en medio de la niebla y los islotes, vimos aparecer a Cristina Cruice y su bote que ya se acercaban hacia nosotros. Nos pusimos las mochilas y cuando el bote estaba a punto de llegar a nuestro lado, el policía alzó la mano, gritó algo en vietnamita y todo se detuvo. El bote retrocedió hasta Cristina Cruice y se alejó dentro de la niebla.
Nos sacamos las mochilas y fue imposible no hacer una mueca de preocupación descontento. Afuera seguía lloviznando y el frío no amainaba. No sé si por frío o nerviosismo, una de nuestras amigas norteamericanas se puso a hacer muchas sentadillas que distraían a los funcionarios vietnamitas. No teníamos nada que hacer. Salvo seguir esperando.
Media hora después nuestro bote se puso en movimiento hasta que atracamos en una pequeña isla. Un momento después apareció el bote de Cristina Cruice. Esta vez sí pudimos abordarlo. Entre chistes y risas nerviosas, nos sentimos muchos más aliviados.
De pronto, en medio de la niebla y los islotes, vimos aparecer a Cristina Cruice y su bote que ya se acercaban hacia nosotros. Nos pusimos las mochilas y cuando el bote estaba a punto de llegar a nuestro lado, el policía alzó la mano, gritó algo en vietnamita y todo se detuvo. El bote retrocedió hasta Cristina Cruice y se alejó dentro de la niebla.
Nos sacamos las mochilas y fue imposible no hacer una mueca de preocupación descontento. Afuera seguía lloviznando y el frío no amainaba. No sé si por frío o nerviosismo, una de nuestras amigas norteamericanas se puso a hacer muchas sentadillas que distraían a los funcionarios vietnamitas. No teníamos nada que hacer. Salvo seguir esperando.
Cristina Cruice |
Bahía de Halong |