Atardecía cuando dejamos el Museo Histórico Nacional y nos asomamos a la Plaza de Armas. Ahí estaba la catedral de Santiago, surcada por nubes rojizas sobre el cielo, rodeada de una modernidad a ratos esquizofrénica. Me gustó la majestuosa presencia del edificio diseñado por Joaquín Toesca en 1780. No comulgo con el catolicismo, pero la arquitectura de las catedrales es algo que no deja de sorprenderme, sobretodo al atardecer.