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domingo, 12 de enero de 2014
Venecia
Venecia se me apareció como en un sueño, emergiendo desde un pantano, cubierta por la niebla y repleta de estrechos corredores y canales de agua. Un escenario de una obra montada muchos años atrás, donde hubo reyes, guerras, restos de santos robados y, por supuesto, comerciantes.
Esa sensación mágica de transitar por calles angostas, sintiendo el olor del mar en las narices y observando el brillo titilante de los faroles me evocaba desde la distancia a mi querido puerto de Valparaíso, con sus cerros de ritmo pausado.
Venecia... Casi todos tus habitantes se fueron y quedó el recuerdo junto a algunos de tus nietos que insisten en pescar y cultivar la tierra, cocinar risoto y atender en el Mercado del Rialto. Venecia... Terca como Valparaíso, estás a punto de hundirte pero brillas digna y bella, como una joya a la que no le importa el paso del tiempo ni el estancamiento del agua en sus canales.
¿Dónde están tus reyes? ¿Donde está el reino que sucumbió dentro del estado moderno que es Italia?
Nada de eso importa cuando transito por tus veredas, atravieso tus puentes y me pierdo en tus pasajes. El sueño de aquellos locos que vieron en un pantano la posibilidad de construir un hogar y luego otro, otro y otro, hasta levantar un reino, subsiste en el silencio de tu arquitectura mágica.
Con eso me basta. Porque, ¿Qué es la humanidad, si no un sueño que construye castillos sobre pantanos, ciudades sobre cerros, para luego desaparecer en el recuerdo?