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domingo, 15 de septiembre de 2013
Caminar
Me cuesta estar quieto. A pesar de que en apariencia soy una persona tranquila y de ritmos pausados, necesito del movimiento para estar bien. Todos los días camino al menos media hora, voy al gimnasio dos a tres veces por semana y si el día está bonito no dudo en salir a trotar.
Me declaro un agradecido de la vida y de la cercanía del mar. Cuando pequeño regresaba caminando desde el colegio a mi casa, a unos 45 minutos de distancia, bordeando el estrecho de Magallanes.
Esa misma necesidad de moverme, impulsó mis viajes de infancia entre Punta Arenas y Santiago. Sonrío al recordar que me encargaban a la azafata y partía volando, entre la casa de mi tío Pedro y el hogar de mis padres cuando apenas tenía 12 años.
A los 16 la curiosidad superó el viaje aéreo como medio de transporte. En 1996 me bajé en Puerto Montt, tomé mi mochila y partí rumbo a Viña del Mar, con sendas paradas en Río Bueno, Temuco y Villarrica, donde tuve la oportunidad de conocer hermosas personas que me acogieron en mi aventura. Pero lo más importante, tuve la oportunidad de conocerme a mí mismo, mientras caminaba por la carretera con mi mochila en la espalda y el norte como objetivo.
A fines de ese mismo año egresé del colegio, di la Prueba de Aptitud, armé mi mochila y partí nuevamente, esta vez con destino a Valparaíso. Ya no regresaría a Punta Arenas.
En el puerto se abrió un horizonte nuevo. La universidad me recibió generosa de amigos y lecturas, aunque mezquina en financiamiento. Desde Valparaíso partía todos los veranos viajando a dedo hacia el norte o el sur de Chile. La falta de dinero no era impedimento. Sin pagar pasaje ni alojamiento, todo se invertía en comida y cigarrillos. Así recorrí desde el Valle de Elqui hasta Quellón.
En el camino, cuando traté de dejar el periodismo y embarcarme en la historia, conocí a una hermosa mujer más inquieta que yo, hija de de una familia viajera. Juntos partimos reconociendo algunos hermosos rincones de nuestra alargada patria: San Pedro de Atacama, Mejillones, Pan de Azúcar y Lican Ray.
Debo reconocer que hubo un año en que no pude viajar y lo pasé muy mal.
Lo bueno es que cuando comencé a trabajar en empleos más formales y mejor remunerados las posibilidades de viajar se fueron ampliando hasta lugares que jamás hubiera soñado.
Los años pasaron y con Macarena tomamos vuelo. Juntos hemos recorrido Santiago, Buenos Aires, Lima, Río, Buzios, Cancún, Isla de Pascua, Atenas, Roma, Florencia, Venecia, París, Barcelona y Madrid.
¡Y lo pasamos excelente! Si bien ya no viajo a dedo, el gusto por caminar no se me ha quitado. Cada vez que llegamos a una ciudad, no importa si es Roma o Punta Arenas, partimos a conocerla caminando, respirando, viviendo la experiencia de pisar el terreno y descubrir otros rostros, otros acentos, otros olores y otros sabores que no dejan de sorprendernos.
Todo por el gusto de caminar, conocer y disfrutar la vida.