Al puerto llegué con una mochila naranja, un par de jeans, algunas camisas leñadoras, tres libros y una copia del diario La Nación, donde yo figuraba entre los seleccionados para estudiar Periodismo en la Universidad Católica de Valparaíso.
Llegué a los 17 años, luego de tomar un avión desde Punta Arenas, bajar en Puerto Montt y recorrer el sur mochileando.
Mi tío Francisco me recibió de brazos abiertos en una casa del Cerro Barón. En el living de su hogar armé mi pieza provisoria. De ahí partí a mi primer día de clases en la universidad.
No me fui más de Valparaíso. Algunas veces viví en Viña del Mar, pero siempre me cautivó más la ciudad puerto. Viví en los cerros Monjas, Concepción, Cárcel y Placeres. Carretié en el Barrio Puerto, estudié en la Católica y me enamoré en Playa Ancha, donde años después, terminaría trabajando. Alternando la universidad con mis talleres de Periodismo en una escuela con más de 100 años de historia, ubicada en el Barrio Almendral.
Me encanta Valparaíso. Es una ciudad viva, llena de recovecos y pasajes misteriosos; gente alegre, chora y bulliciosa; ferias y vendedores ambulantes; perros callejeros, protestas, gatos, almacenes, panaderías y zapatearías que conviven con supermercados, universidades, iglesias, bares, librerías y tiendas de celulares. Todo eso junto y revuelto, al lado del mar, disperso en los cerros.
En Valparaíso aprendí a sacar fotografías. En sus calles descubrí el rostro de los niños, la mirada de un gato o la forma mágica de algún pasaje escondido.
Hoy tengo 33 años. Ya llevo 16 viviendo en la ciudad puerto y no me canso de descubrir detalles que me sorprenden y me motivan. Primero a fotografiar, luego a escribir y finalmente a viajar. Porque no se puede vivir en un puerto sin viajar.
Valparaíso, Chile
12 de noviembre de 2012
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